Pedro Pacheco, el que fuera alcalde de Jerez, permanece en presidio desde octubre de 2014. Durante ese tiempo, y a pesar de cumplir todos los requisitos establecidos, no ha disfrutado de un solo día de permiso. Su castigo, extremadamente ejemplar, empieza a enojar a la opinión pública. Ya extrañó que, antes y después, en supuestos similares de contratación ilegal (La Línea, Chipiona, Atarfe, El Rosario) los juzgadores siempre resolvieran el asunto con condenas de inhabilitación y no de cárcel. Para él, en cambio, cinco años y medio de prisión a los que hay que unir año y medio más por un segundo delito urbanístico. Aún tiene pendiente el caso Huertos de Ocio y ya anda la magistratura instruyendo otro nuevo (el de la Ronda Este de Jerez), no vaya a ser que al recluso se le ilumine la esperanza y crea posible escapar vivo del aprieto.

Desconozco los detalles de la peripecia judicial de Pacheco. Pero siete años, que pudieran ser trece, configuran una sanción que contrasta escandalosamente con las biografías penales de miles de indeseables, todavía tan a gusto en la calle. Se aprecia un claro agravio comparativo entre el peso de la ley que ha aplastado a Pacheco y el de la que, vaya usted a saber por qué, no acaba ni de molestar a malhechores de tramas infinitamente más dañinas e infames.

No quiero ni pensar que todo se resuma en una venganza por la frase de marras o que los jueces -esto sí que sería lamentable- no tratan igual a quien goza de protección partidista y a quien, para su desgracia, carece de ella.

La justicia, para merecer su nombre, no puede discriminar, ni, por supuesto, odiar tercamente al delincuente. Pedro Pacheco se perfila como la víctima propiciatoria en la que nuestros tribunales hacen descansar la prueba palpable y máxima de su rigor y eficacia. Y si las fastidiosas normas le entreabren por pocas horas las puertas de la celda, nunca faltará el inefable argumento de propinarle "una mayor intimidación". A él que ha resarcido todos los daños económicos apreciados, que va para los setenta, que ha perdido su prestigio y su patrimonio, es al único al que hay que seguir intimidando hasta que reviente.

Mientras tanto, violadores, asesinos, terroristas o defraudadores entran y salen sin que la maquinaria se resienta ni colapse. A mayor gloria de un sistema, el judicial, que encuentra en Pacheco el mejor modo, y el menos arriesgado, de disimular sus muchas e irritantes vergüenzas.

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