El balcón

Martín Serrano

El peso de la singularidad

ESTE Campo de Gibraltar es diferente por muchos conceptos y por ello ha sido utilizado de mil maneras para intereses no siempre muy claros. Sobre los siete municipios que integran esta comarca pesa la leyenda de la singularidad como un peso que ha sido más un lastre que un alivio, sin tenemos en cuenta que su pasado, presente y futuro nunca ha estado en manos de los colectivos políticos y administrativos del lugar sino de aquellos que se asientan allende nuestras fronteras.

Bien es verdad que ha habido un proceso de descentralización de servicios a través de la Subdelegación del Gobierno Andaluz y de la Oficina de Coordinación del Estado que ha permitido mejorar en algunos ámbitos la vida de los ciudadanos, si bien no es menos cierto que la servidumbre no se ha saldado con los intereses que debiera. La presencia de la colonia de Gibraltar y la cercanía del Norte de África ha derivado de inmediato en una política de fronteras que en poco ha compensado a aquellos que les toca vivir aquí. Comunicaciones deficientes y tardías, un desarrollo industrial impresionante y masivo que no ha servido de compensación en la creación de empleo (seguimos con las tasas más altas de parados de toda Andalucía) y una limitada calidad en la prestación de servicios, que siempre llegan aquí cuando ya lo disfrutan otros, dicen poco del peso específico que nuestros representantes políticos, sean cuales sean sus siglas, han tenido en el ordenamiento de esta comarca y de su importancia en el devenir económico de Andalucía.

Cuando Patricio González levantó el hacha de guerra reclamando la novena provincia andaluza la oligarquía gaditana lo tildó de mesiánico y oportunista. Algunos años antes el líder socialista venido de Jaén, Rafael Palomino, creó la Mancomunidad y en su primer discurso reclamó el reconocimiento de la singularidad campogibraltareña. En los albores de la transición algunos personajes, a los que se les llamó iluminados, abrieron las puertas del debate sobre la comarcalización de Andalucía que luego el propio presidente Chaves lo aceptó con mediano entusiasmo para luego guardarlo en su particular cajón de los proyectos imposibles.

La última de esas banderas se llama área metropolitana que, por lo menos, hasta nuestros días ha relucido bien poco si salvamos el bono bus y las buenas intenciones.

El Campo de Gibraltar está, al parecer, condenado al ostracismo y al freno de un desarrollo real y sostenible porque no ha parido aún a una hornada de representantes políticos capaces, como lo hiciera Palomino más o menos, de enfrentarse a los otros intereses de la otra parte que nunca nos dejó prosperar como nos correspondía, dicho sea de paso, por nuestra singularidad.

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