Hay música para cada época de tu vida. Sin ella nuestra historia parecería incompleta. La música se ha encargado de ir moldeándome el alma. Desde mis más tiernos años casi lo que mejor recuerdo es lo que escuchaba. La música de mi padre, de mi madre, de mis hermanos mayores… Cuando crecí empecé a asociar cada canción con algún momento de la vida. Recuerdo vivamente la emoción que sentía escuchando el Sabato pomeriggio de Claudio Baglioni, lo que me gustaba la portada de ese sol rojo fuego a punto de desaparecer; la apertura en el pecho cuando ponía una y otra vez Il mio canto libero de Lucio Battisti ; las canciones de Sergio y Estíbaliz interpretadas a dúo con mi hermano; el loco deseo de llegar a tener una voz como la de la maravillosa Barbra Streisand; a Alan Parsons que me lo dio a conocer el barrio, igual que a Triana y a Los Chichos… Recuerdo la primera vez que bailé lento en una velada cerca de casa una pieza de Santana y cómo me temblaba todo el cuerpo pegada a otro cuerpo que también temblaba intentando encontrar en el abrazo la secreta armonía del mundo cuando todo entonces era pura inocencia y una tenía la capacidad de encontrarla.

Hace muchos años que no bailo agarrada, pero sí encontré en otra música ese secreto que siempre traspasa el íntimo parapeto que le fabriqué al corazón por pura necesidad de preservar la inocencia que me conecta directamente con la armonía del mundo. Hablo de la música clásica.

Siempre hubo en casa discos y cintas de música clásica; será que yo la oía pero no la escuchaba. Tuvo que llegar el momento para sentir su soledad sonora y poblarme de su presencia.

Si alguien me enseñó a profundizar en ella ese fue José Luis Pérez de Arteaga. Hasta él me llevó el que yo hubiese querido que fuera mi maestro por más tiempo; no fue posible. Eso sí, me dejó en buenas manos. Cuánto aprendí de sus conocimientos en su voz inconfundible. Los conciertos de Año Nuevo ya no serán lo mismo. El verano pasado lo tuve muy cerca cuando fui a Granada, pero a la alumna le pudo la timidez para acercarse; perdí una oportunidad de oro. Ahora, con su marcha vuelvo a tener una sensación extraña. Hay una pausa (que sigue siendo música). Me quedé de nuevo sin maestro que me ayude a seguir moldeando el alma.

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