Veo el patio vacío, pero aún resuenan los ecos del bullicio infantil, los saltos de la primavera de la vida en la búsqueda precipitada de la madurez, la algazara inocente, el bote de la pelota, el impacto con el poste. Veo la comba desvalida y zigzagueante como la piel mudada de una serpiente, desesperanzada y compungida como el perrillo que espera la vuelta a casa del amo.

Veo el patio vacío y pienso: qué triste es su orfandad. Jamás un patio se construyó para estar desprovisto de pisadas aceleradas y torpes que el tiempo y las caídas convierten en trotes coordinados. Nunca el cemento se creó para otro cometido que no fuera el de establecer una relación de simbiosis con la goma, de una inherencia que ni lo abstracto osa perturbar.

Veo el patio, este patio, vacío por el interregno navideño y pienso en mi patio. Aquel soplado por la brisa salada, coloreado por el sol de mayo, y que olía a madera serrada y a pegamento en cartulina. El patio, mi patio, que de tantas primeras veces fue testigo y que me demostró que también estaría ahí, abrazándome, para enseñarme, como el abuelo al nieto, que inexorablemente también lo sería de las últimas. Ay, patio de la infancia y la adolescencia capitaneado por gaviotas carroñeras a la espera de un balonazo en la mano o de un tropiezo que acabase con el bocadillo en tu espalda pétrea.

Veo este patio y acude a mí como una reminiscencia el patio de mi vida. A 700 kilómetros lo siento cerca, tangible y rasposo. Se sienta a mi lado y me recuerda articulaciones rotas y cejas hendidas, la mano amiga que me ayudaba a levantarme y el éxtasis por marcar un gol y ver que ella miraba. Recuerdo mi patio, ese que, seco, corríamos como aurigas y que, húmedo, transitábamos como bailarinas. Recuerdo mi patio, ese patio que se vestía de jolgorio, aunque también de vergüenza, de palmaditas y de hostias, de bailes multitudinarios con disfraces caseros y peleas tumultuosas.

Veo este patio vacío y, pardiez, cómo extraño a mi patio. En estos días de verborrea barata, de cinismo empedernido y de escupitajos hacia abajo, me encomiendo al aislamiento y habito con palabras este patio vacío. En estos días de hartazgo institucional y escaños cancerosos, recuerdo cómo se deslizó mi infancia sobre ese suelo que desprende vapores de alegría y nostalgia.

Sus Majestades también han pasado por aquí a llenar la pesadumbre de mi decepción y me han dicho muy bajito, al oído: "Entre tanta desfachatez, recuerda que tú también fuiste niño y que siempre tendrás un patio al que regresar".

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