Quien un poco me conoce sabe que a los que ya no están los tengo tan presentes como a los que siguen. Cualquier cosa, por insignificante que sea, me conecta con ellos. Y lo que voy a decir ahora no es para consolarme, no es un profundo acto de fe sin fundamento, es porque justo así lo siento: cuando me vienen al corazón más que a la cabeza, la cabeza lo único que hace es traducir la emoción que el corazón despierta, parece como si hubiesen emprendido un largo viaje a algún lugar remoto y desconocido para mí del que ya no van a volver. Así que, aunque no vuelva a verlos no los siento inertes sino vivos en otra parte. Es, en puntuales momentos, cuando la despiadada mente desenvaina el cuchillo de la palabra muerte, cuando su puntiagudo y frío acero me atraviesa y en pleno vuelo estelar por paraísos perdidos la gravedad me devuelve a la Tierra… cuando el miedo de no ser cierto lo que siento se apodera de mí y me desarma.

De cada ausencia, de cada partida hacia un lugar ignoto de los seres que amo, aprendí a abrir una ventana nueva a mi libertad en este reino; aprendí a no perder tiempo innecesariamente en ejercicios insignificantes de la mente a no ser que me pille desprevenida y me atrape.

Recuerdo una vez que siendo una incipiente adolescente nos llevaron a visitar "El Palacio del Tiempo" en Jerez. El nombre es sugerente y el entorno y el lugar en sí lo recuerdo bello. La gracia era estar allí cuando fuesen las doce del mediodía para que todos los relojes sonasen a la vez en las salas. Y allí estábamos. Tengo la leve sensación de que aquello me produjo una cierta inquietud en aquel momento; quizás porque por aquel entonces no dejaba ni que la mente ni que el tiempo parasen. Lo que recuerdo, no sé si fue así exactamente, es que me salí del edificio a buscar silencio en el entorno. Ahora que lo pienso, iba ya definiendo mis maneras.

Las ausencias de seres que emigraron a paraísos perdidos y lejanos me hacen comprender que no tengo nada que perder en esta parte de la existencia que ya ellos transitaron y conocieron, que he desperdiciado alguna que otra ocasión esperando y que más de una vez me pillo congelada por esa necesidad de seguridad que tengo.

Ya se sabe, otear desde las alturas es estimulante pero también temible.

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