La pasión suspendida

No se llenarán las calles de miradas expectantes y labios que oren en esquinas de revirás eternas

La pasión es una consecuencia directa del sentimiento. El calendario se empeña en recordarnos que se acercan unas jornadas donde los recuerdos, las sinestesias, las enseñanzas y las imágenes despiertan en muchos los más arcanos resortes de unos ritos que toman forma con la llegada de cada primavera. "Semana de pasión, que no de muerte": así definió el periodo que comienza este próximo domingo el muy heterodoxo periodista Antonio Núñez de Herrera en una de las más interesantes aproximaciones que sobre la Semana Santa recuerdo haber leído. Para unos el sintagma se asocia a un periodo vacacional; para otros, a días de recogimiento; unos lo rechazan, a muchos les dice poco, pero para otros es un momento del año en el que valoramos lo que nos sugieren los sentidos, lo que vemos, lo que imaginamos, aquello en lo que creemos. En estos días equinocciales todo parece calmarse, la luz se hace más plena, el día se iguala a la noche, el frío se atempera, las aristas se ablandan. El sol se asoma cada mañana justo por el centro de la mole caliza del Peñón y va escalando el gradiente del cielo; la esperanza de la vida va tomando forma; los plátanos del parque comienzan a estallar en brotes amarillos de tan verdes; los lirios y las calas se muestran airosos en prados y bujeos; la sombra de los naranjos se tapiza de pétalos blancos de azahar; la miel cubre las torrijas; el bacalao se asoma a las despensas; las palmas y los olivos se renuevan y la ceniza no es sinónimo de aniquilación según la fe de nuestros mayores. Sin embargo, este año de nuevo el cielo es el mismo, pero no parece ser el mismo; toma forma de jueves santo, de luz nítida que se recorta en la torre a la espera de la salida de la luna más redonda, vista y glosada. Pero estos días las túnicas almidonadas no cuelgan en los salones, no nos preocupa la lluvia; los costales no se hacen, la música no se ensaya. No se llenarán las calles de miradas expectantes y labios que oren en esquinas de revirás eternas. Montereros estará vacía; por el Parque no discurrirán las sendas de cirios y candelas; la Plaza no se verá rodeada de estandartes, bambalinas ni navetas. Capataces mudos, bandas mudas; llamadores que no llamarán a nadie, respiraderos sin aliento. El rito ha sido suspendido, pero no puede suspenderse la pasión. La voluntad nos hace fieles a lo que hay detrás de las calas y los lirios, de la miel y de las ramas de olivo renovadas. El dolor, la sangre, las espinas son metáforas de vida que adquieren más valor en estos tiempos de renuncias porque el cielo es el mismo aunque no parezca el mismo: el aire se atempera, la vida renace y vienen días donde el corazón triunfa sobre la muerte mientras la luz alumbra las umbrías y seguimos creyendo en la esperanza.

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