Tal vez lo sea, tal vez sea imperfecto, pero es mi paraíso. Tal vez los oídos se nos acostumbraron a escuchar que esta bahía nuestra es sólo un desarrollado polo industrial, que muchos chavales de la comarca sólo quieren ser como 'El Niño' de la película o que aquí hay poco que ver, más que la realidad que nos enseña -hasta el hartazgo- el documental amarillista de turno. Tal vez, esas gafas de cerca que nos dejamos olvidadas en la mesita de noche nos priven de contemplar en ocasiones lo que tenemos delante de nuestras narices cuando salimos a pasear nuestras ciudades. Pero, tal vez no sea todo siempre tan feo como lo pintan. Tal vez sea que las miran ojos que no saben ver.

La pandemia nos ha llevado a remodelar nuestros hábitos vacacionales. Muchos han cambiado el billete de avión por el volante y la sombrilla, como si reviviéramos aquellos años de la serie Verano azul, con 'Chanquete' y 'Piraña' y Tito y toda aquella pandilla de adolescentes que hizo de la bicicleta y el chiringuito el sueño estival de los españoles de los ochenta. De hecho, la tabla de salvación del turismo de playa ha sido precisamente el turismo nacional. Que se lo digan, si no, al collar de perlas preciosas del litoral gaditano, que ha sido literalmente invadido estos meses por visitantes españoles sedientos de mar, de "pescaíto" frito y de puestas de Sol, con asiento en primera fila (gafas de sol y mojito en mano).

Yo hice lo mismo que mucha gente este año para evitar sobresaltos, PCRs, cuarentenas y destinos vedados: vacacionar en casa. Les diré lo que yo veo con mis gafas de cerca. Les diré que este verano la bahía de Algeciras deslumbró a ojos difíciles de ser deslumbrados con su belleza, a bordo de un velero modesto, pero lleno de sal y de la misma blancura que la espuma de nuestras olas. Que nuestras aguas, que unen al Mediterráneo con el Atlántico, mecen a diario delfines que saltan y brincan llenos de vida y alegría. Que el sueño del africano mira desde su balcón a nuestra tierra con esperanza, alzando toda la majestuosidad de la Naturaleza. Que Gibraltar sigue al fondo como un gigante dormido, que espera a ser despertado de su letargo frente a mi ciudad. Que desde el Rinconcillo hasta Getares, Algeciras se pasea vestida de domingo, como novia del Sol que aguarda a su amante. Que a la espalda del Faro de Punta Carnero se extiende blanca y desnuda Cala Arenas; risueña, discreta, bañada de turquesas y de azules imposibles ¿Qué les digo? Que los vientos de levante le cantan a los de poniente y que Hércules sigue fuerte, sujetando las columnas a las que se sujeta mi vida ¿Qué les digo? Que… yo me quedo aquí, en mi paraíso imperfecto.

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