La pamplina de Halloween

Hoy en día, morirse sale muy caro. No se lo aconsejo a ninguno de ustedes, a no ser que no les quede más remedio

Nos ha tocado vivir una época en la que los cambios culturales y sociales se suceden a una velocidad tal que cada vez cuesta más trabajo asimilarlos. Un joven actual asistirá a lo largo de su vida laboral a cambios tecnológicos que antes precisaban de varias generaciones, con lo que la dificultad de asimilarlos es cada vez mayor. Pero la vida siempre ha sido así. El Próximo Oriente Asiático enlaza con el mundo griego y éste con Roma y el Imperio bizantino hasta llegar al cristianismo. La implantación de la cultura del imperio es una constante de la historia.

Nuestros jóvenes y niños cada vez tienen menos que ver con nosotros. Los hábitos de los niños actuales en nada se asemejan a los gustos y formas de ver la vida de sus abuelos. Entre un joven nacido en Cincinnati o Brooklyn y otro nacido en cualquier pueblo de Andalucía existen menos diferencias que entre éste y sus padres. Son las cosas de la globalización.

La cultura occidental no ha encontrado todavía un lugar para colocar la muerte; mejor dicho, prefiere ocultar una de las pocas cosas ciertas que tiene la existencia humana como es el fin de la vida que a todos nos espera. El consumismo y la secularización de la sociedad occidental no necesitan más trascendencia que el consumo en sí mismo ni más espiritualidad que la que ofrecen los libros de autoayuda. La muerte es considerada en sí misma por las empresas como una oportunidad para incrementar las posibilidades de negocio y a su alrededor surge toda una industria integrada por seguros de decesos, tanatorios cinco estrellas, maquilladores y oportunistas varios que harían sonreír a la antigua tropa integrada por sacristanes, manguilleros y sochantres. Hoy en día, morirse sale muy caro. No se lo aconsejo a ninguno de ustedes, a no ser que no les quede más remedio.

En estos días los cementerios se llenan de personas, cubito de plástico en mano, limpiando lápidas y colocando flores en las tumbas de sus seres queridos. Son los últimos de Filipinas. Dentro de unos años esa pamplina de Halloween impuesta por las leyes del imperio, habrá arrasado con la costumbre de recordar a los difuntos. La sociedad actual dedica un día a la Constitución, al trabajador, contra el tabaco, sin coches, pero no es capaz de encajar la muerte ni aquello que le rodea. No la ve más allá de un negocio dentro de una cartera de servicios. Es lo que hay. Carpe Diem.

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