El nombre de las calles

En el plano de Algeciras de 1736 no encontramos ensu nomenclátor ni unasola referencia a personas

Recientemente ha surgido la propuesta de nominar las cuatro puertas del mercado Torroja. Se barajan alternativas que van desde las estaciones del año a los puntos cardinales; músicos, bailaoras, toreros, comerciantes, arquitectos o los antiguos nombres de las calles que desembocan en cada una de ellas.

Una de las características del signo lingüístico es la arbitrariedad: la nula relación entre el significante y el significado; sin embargo, en los nombres que designan espacios vividos por el ser humano, esta regla no es tan constante. Resulta habitual entre los topónimos una vinculación natural entre el nombre y el lugar. Así ha sido desde el principio de los tiempos y los nombres de las calles no resultan una excepción. Si observamos el plano de Algeciras de 1736 no encontramos en su nomenclátor ni una sola referencia a personas. La ciudad se articulaba alrededor de sus dos principales plazas: la Alta, donde se construía por aquel entonces la iglesia principal, y la Baja, con función más comercial. Entre ellas, el nombre de las calles resulta de lo más transparente: Sacramento, Carretas, Larga, Ancha, Jerez, Alta, la Marina, la del Río, del Cuartel, del Pozo, de las Damas, o de las Viudas. Todavía quedaban restos de las antiguas puertas medievales, abiertas a los cuatro puntos cardinales: la del Mar, la de Tarifa, la de Jerez, donde comenzaba el camino de La Trocha, y la de Gibraltar o del Osario. Además, se erigía una más pequeña, resto de las antiguas atarazanas medievales, bautizada de forma muy metafórica: el Ojo del Muelle.

La inspiración en la materialidad más cercana y las metonimias están detrás de otros nombres como la calle Real, cuya denominación proviene del antiguo camino sobre el que discurre, la de la Cruz Verde, la Alameda, la de la Aduana, del Sol, del Ángel, de la Panadería, de la Pescadería, de las Huertas, la del Convento o callejones como los de Cardona, de la Vieja o del Rit, donde en tiempos de conferencias y de influjos europeístas se alzó un hotel de posibles que tuvo sus litigios con las grandes cadenas que ya velaban por sus derechos de imagen. La plaza de la Reina se situaba a un paso del cuartel de caballería, cuya fachada de servicio se abría a la muy previsible plaza de los Caballos, donde desembocaba el más que pertinente callejón de las Moscas; más aireado, en el extremo norte de la ciudad, se abría el paseo del Calvario, vestigio del homónimo cortijo de Antonio de Ontañón. La mayoría de estos nombres ha desaparecido. Algunos se resisten en el uso popular con la tenacidad del superviviente, pero muchos han sido sustituidos por los de ciudadanos, empresas y políticos a los que podían haber dedicado otras vías, manteniendo para estas la venerable autenticidad y hondura que el tiempo les otorgó por encima de arbitrariedades.

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