En el Medievo, numerosas sectas cristianas disidentes proliferaron en el sur de Francia. Harto, por así decirlo, de la "competencia", el Papa Inocencio III envió a Bernardo de Claraval (un santo monje con notables dotes de persuasión que, por caprichos del calendario devendría más tarde en patrón de Algeciras) para intentar reconvertir a los cátaros, la más importante de las facciones que se apartaron de la Iglesia oficial, dejando de contribuir al mantenimiento económico de la misma a través de la venta de bulas e indulgencias.

Bernardo se encontró las iglesias vacías y no fue capaz de convencer a los testarudos insurgentes de que las extrañas ideas que predicaban eran perversas herejías: que la cruz era un signo maligno de tortura, que Jesucristo había sido antes un ángel o -la peor de todas- la inutilidad de las autoridades eclesiásticas. El Papa entró en cólera y decidió que si no era por las buenas acabaría con los herejes por las malas y encargó al caballero Simón de Montfort que organizase una cruzada para demostrarles cuán equivocada era su interpretación de las Sagradas Escrituras.

Simón y sus huestes prescindieron de la oratoria y acabaron con la herejía por el sencillo procedimiento de no dejar cuerpo vivo que la pudiese albergar. Antes de sitiar la populosa ciudad de Beziers, los cruzados preguntaron al legado papal Arnaldo Amalric cómo distinguir a los habitantes herejes de los católicos y el enviado pontificio lo tuvo claro: "Matadlos a todos que, en las alturas, Dios reconocerá a los suyos".

A pesar de la crueldad del consejo, este no debió parecer muy desatinado a sus superiores ya que al acabar la cruzada con cerca de 400.000 almas pasaportadas al más allá (se supone que las cátaras camino del infierno y las católicas del cielo) a Arnaldo lo hicieron arzobispo. Por aberrante que fuese la decisión del clérigo, en ella se encuentra la esencia del cristianismo y de todas las religiones monoteístas, esto es, que la vida terrenal no tiene más valor que servir de preparación para la auténtica vida eterna.

El Paraíso es algo que se paga ahora… y se disfruta después. En lugar de bondadosos y comprensivos, la realidad histórica nos descubre a los dioses omniscientes (de judíos, cristianos o musulmanes) como violentos, intolerantes e incitadores, en su nombre, del odio y la muerte. Cuando hoy se cumplen 21 años del 11-S es necesario recordar que los comandos suicidas que allí se inmolaron lo hicieron con la certeza de que accederían a un mundo de frondosos jardines y sonoros manantiales donde les aguardarían hermosas huríes de grandes ojos. Para obtener tan sugestivo destino utilizaron, además de sus vidas, las de 3.000 inocentes a los que no les preguntaron si les apetecían tan eternas vacaciones.

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