Yo no tuve que cantarlo, pero mis hermanos Manolete y Eduardo, unos años mayores que yo, siempre me contaban que todas las mañanas, a la entrada del colegio, tenían que formar y cantar el Cara al Sol mientras se izaba la bandera de España en el mástil blanco que presidía la casa de Emilio, el conserje.

Los niños tenían que corearlo mientras los profesores supervisaban las formaciones en fila de a uno y controlaban que los chiquillos, cargados de energía, no se pegaran por las estampas o los meblis. Y es que eran ganas de tocar las narices porque, en un barrio obrero por antonomasia como el de La Bajadilla, pusieron el nombre de Generalísimo Franco al colegio con más gentes de izquierdas de toda Algeciras.

Pero el pueblo es sabio y acaba haciendo justicia. En primera instancia pintaron el azulejo de la entrada con brocha gorda y color negro y donde decía Generalísimo Franco cambiaron el nombre a las bravas y pusieron Che Guevara. Así, sin más, a lo loco. Pero, en honor a la verdad, hay que contar que para entonces ya estaba el caudillo más seco que una mojama en el Valle de los Caídos.

La democracia suavizó los términos y la Junta de Andalucía cortó por lo sano y rebautizó el colegio con el nombre de Blas Infante. Un cóctel digno de un análisis generacional que no necesitó de ninguna Ley de la Memoria Histórica para reparar tantos cánticos de himnos, palmetazos con regla de madera a los más díscolos, tirones de orejas, horas mirando a la pared y hasta orejas de burro hechas con cartón de las antiguas cajas de plátanos que empezaban a llegar de Canarias.

Y el tiempo fue pasando. De los dos colegios del barrio, Santa María Micaela y Blas Infante, salió el conocido CEIP Campo de Gibraltar, el mismo que ahora las administraciones tienen totalmente abandonado y con unas instalaciones obsoletas y caducas, seguramente porque los niños del barrio siguen siendo igual de pobres que éramos los de los setenta y los ochenta. El mismo por el que en la actualidad mi amigo Juan León Moriche se desvive y en el que Paco de Lucía, por el que después de muerto todos beben los vientos, luce a la entrada como abanderado del barrio.

Conservaré en mi mente las cartillas de lectura de parvulitos (Amiguitos), los vasos de leche Puleva en botellas de cristal que nos daban a la hora del recreo, las colas de mocosos llorando en aquellos días en que venían a vacunarnos en masa y la tremenda suerte de caer en manos de Don Emilio Alcolea, Maestro con mayúscula.

Yo hice la EGB con otros cuarenta y tres alumnos en mi clase, con libros de Álvarez, compás y cartabón gigantes para dibujar con tizas blancas en la pizarra, con bancas para dos y bocadillos de pan con chocolate. Porque uno puede haber salido del barrio de su infancia, pero el barrio nunca sale del corazón de uno.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios