Apoyado en su condición de políglota, Carlos I de España se ufanaba de poder elegir el idioma adecuado para cada ocasión y así afirmaba usar el italiano con las mujeres, el francés con los hombres, el alemán con su caballo y el español para hablar con Dios: "la lengua española es tan bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad". Sin llegar a la devoción del rey por nuestra lengua (aprendió el castellano con más de veinte años), no estaría de más que políticos y comunicadores dejasen de menospreciarla convirtiéndola en mero vehículo de su ideología. Cada vez está, por desgracia, más extendido el desdoblamiento artificioso de sustantivos (españoles y españolas) para evitar emplear el masculino genérico. Aunque esa duplicidad indiscriminada va en contra del principio de economía del lenguaje, son legión los que recurren a él en discursos, declaraciones y -lo que tiene aún mayor delito- en documentos o textos periodísticos. Las razones para esta intencionada "complicación" del mensaje comunicativo son extralingüísticas y tienen que ver con la necesidad del personaje de señalarse a sí mismo como feminista, progresista y empeñado en renovar la sociedad, aunque sea a costa de darle patadas al diccionario. En el fondo es una pose política porque no me imagino ni al más ferviente partidario de esta cruzada lingüística, diciendo, por ejemplo: "¡A ver camarero, unos chupitos para todos… y todas!". Otra habitual manera de desprestigiar el idioma es el empleo de ridículos eufemismos en sustitución de palabras que todo el mundo entiende y que son extremadamente precisas en sus significados. "Inválido" ha desaparecido del vocabulario por supuestamente ofensivo. Primero fue sustituido por "minusválido" que, al parecer, aligeraba algo la magnitud del agravio, después dio paso a "discapacitado físico" y pronto aparecerá otra vocablo o expresión que, extendiendo aún más su campo semántico, difumine hasta casi hacerla desaparecer -de palabra que no infortunadamente de hecho- la condición de inválido, minusválido o discapacitado de la persona aludida. "Negro", una palabra meramente descriptiva, también cayó en desgracia. Arbitrariamente se le adjudicó un sentido peyorativo y fue reemplazado por "persona de color", una denominación de lo más imprecisa al abarcar en puridad a la humanidad entera ya que no se conoce, al día de hoy, la existencia de algún humano incoloro. Y qué decir de "trabajadoras del sexo", una cursi perífrasis para nombrar a las que ejercen la prostitución, una profesión que, en razón de su relevancia histórica (y presente), ha dado lugar a una tan prolija como rigurosa sinonimia literaria: meretriz, barragana, pelandusca, mantenida… Carlos, ¡cómo te echamos de menos!

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