Recuerdo como, hace ya más de cincuenta años, a menudo mi madre me desembarcaba de mi imaginario bajel pirata instalado en la azotea justo cuando iba a abordar un galeón español o, si lo que me ocupaba era el Far West, como suspendía el apasionante duelo a revólver que vaqueros y forajidos íbamos a escenificar en medio de la calle; el motivo era que algún vecino solicitaba mi presencia para redactar una carta para sus parientes lejanos. Mi "mérito" residía en saber leer y escribir con fluidez, algo que tristemente no estaba al alcance de aquella gente humilde que apenas habían pisado una escuela. Tras el preámbulo habitual: "Espero que al recibo de la presente estéis bien. Nosotros quedamos todos bien, a Dios gracias", yo intentaba exponer de la manera más sencilla posible el aluvión de sucesos transcurridos desde su último intercambio epistolar (no había teléfonos y el telegrama se reservaba para casos de extrema necesidad) de los que el remitente quería informar al destinatario. Entonces no lo sabía, pero estaba desempeñando el trabajo de negro (o por mejor decir y en razón de mi edad, de negrito), esto es, redactaba un texto legible (tanto por la caligrafía como por la composición) que ponía en un relativo orden todo lo que me contaba el propietario de la carta. La condición esencial del negro es su opacidad, es decir, a todos los efectos, la obra escrita pertenece a su autor oficial, quedando el colaborador en el más absoluto de los olvidos. Los casos más evidentes de esta desequilibrada cooperación son los de personajes del mundo de la farándula que para rentabilizar en la medida de lo posible su fama, se animan a adentrarse en el mundo de la literatura, naturalmente, de la mano de un negro. También se sospecha que autores de prestigio recurrieron en algún momento a los negros si bien, dada su abundancia de obras, los utilizaban más como amanuenses que como coautores. Así, Shakespeare, Dickens, Stephen King y -sobre todo- Alejandro Dumas alquilaron plumas anónimas para hacer posible su descomunal producción literaria. Sin embargo, los negros que están más de actualidad son aquellos que utilizan los políticos y cargos públicos ya sea para escribirles los discursos o para realizarles trabajos académicos que les proporcionen un mejor currículum con que enmascarar su enciclopédica ignorancia. Aunque oyendo y leyendo a determinados políticos uno tiende a pensar que hasta los negros elegidos son pésimos escritores a pesar de que, en general, la tarea que se les demanda es bastante sencilla: imitar el estilo de los charlatanes de feria. En estos tiempos de escasez de empleo y con 80.000 políticos obligados a expresarse públicamente, el de negro es, sin duda, un oficio con porvenir.

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