El espectáculo que dieron ayer sus señorías fue tan esperpéntico (hasta con un doble de Valle Inclán presidiendo de la mesa de edad) y vergonzosamente grosero, desde Batet dando por buenas fórmulas de acatamiento que aludían a presos políticos a las luchas por los asientos y el vocerío o el pataleo, que sería injusto decir que son el reflejo de España. Ciertamente, han sido votados y nos representan. El "no nos representan" de los antisistema y populistas de extrema izquierda ahora sentados en el hemiciclo indica poca convicción democrática. Sí nos representan, lo hagan bien o mal. Incluso si todo indica que lo van a hacer malísimamente, como ahora sucede vistos los precedentes, conocidas las personalidades políticas de los líderes y de sus mini-yo, que cuanto más mediocre es un político más dado es a rodearse de pelotilleros que lo son aún más que él, de réplicas achicadas de sí mismo que son como Zeligs -recuerden la película del depurado Woody Allen- que se convierten en dobles jibarizados de su líder o en mini-yo como el del Dr. Evil de Austin Powers.
Sí nos representan, por preocupante que sea su nivel. Y es injusto echar toda la culpa sobre los hombros de los ciudadanos que los votaron. Se vota a quienes se presentan, hay que elegir entre lo que se ofrece. Como las lentejas, ya saben, que si las quieres las comes y si no, las dejas. Dejarlas en este caso es no votar o hacerlo en blanco. La primera es una mala opción porque supone pasar de la democracia. La segunda manifiesta el desagrado y el rechazo, pero no tiene consecuencias. Cuando ninguna propuesta entusiasma, interesa, estimula, ilusiona u ofrece soluciones, cuando ningún líder de ningún partido ofrece un perfil intelectual y político estimulante, hay que votar tapándose la nariz, estupenda invención italiana que el gran Indro Montanelli hizo mundialmente famosa en 1976 -"turarsi il naso e votare" (taparse la nariz y votar)-, resucitando una expresión del escritor y político de izquierdas Gaetano Salvemini en las elecciones de 1953, quien a su vez se inspiró en otra expresión más fuerte -"vomitar y después votar"- del escritor católico Domenico Giuliotti en las elecciones de 1948.
Pues a taparse la nariz (e incluso los oídos y los ojos) y a votar, pese a que el cartel del próximo domingo, al igual que pasó con el del pasado 28 de abril, no dé más opción que elegir un mal menor.
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