El mutis de Borrell

Gibraltar es una colonia militar 'low cost', donde la población civil no es más que la tinta del calamar

He seguido esta última etapa política del ministro Josep Borrell con la atención de quien, por varias razones que no vienen al caso y alargarían demasiado el comentario, lo siente próximo. Su irrupción, más tarde muy añorada, en los sucesos ligados al independentismo catalán tal vez motivara, por inspiración y oportunidad, su vuelta a la política española, en cuyo ministerio de Exteriores se ha desenvuelto con la agilidad y eficacia de un elefante en una cacharrería. Su recuperación por el presidente Sánchez probablemente se deba a aquellos sucesos que lo pusieron de actualidad y lo situaron en el aura de la sonrisa de los españoles. Ahora encabeza las listas a las europeas -¿quién mejor? se dirá el presidente Sánchez- y ello supone reactivar el interés de su propio Partido y de los medios por un miembro con alamares históricos, de un Gobierno (Frankenstein, Rubalcaba dixit) del que se nos está olvidando tanto su génesis como los cabos de su sustentación como tal. Al aceptar formar parte de ese Gobierno, Borrell asumió no pocos supuestos contradictorios con sus actuaciones del pasado inmediato.

De sus numerosas apariciones en los medios, me ha interesado especialmente la magnífica entrevista que le hace Javier Chaparro, el director de este periódico, publicada el pasado domingo. No tanto por la personalidad del entrevistado como por su contenido, concretamente por lo que respecta a la comarca. El periodista la conduce magistralmente y pone de manifiesto la monumental ignorancia del ministro, como la de tantísimos otros, respecto a la realidad del Campo de Gibraltar, un mal endémico entre ministros, delegados y otros especímenes que han pululado por estos pagos beneficiándose de sus posibilidades. El poderoso caballero que es don dinero, el papanatismo hispano y los delirios y buenismo de la progresía, han contribuido a que esta tierra nuestra, que fue lugar de destierro en ocasiones, no sólo sea una perfecta ignorada sino, lo que es peor, mal leída y mal sabida cuando se presenta una oportunidad para referirse a ella.

Es sorprendente que se hable de ofrecer cosoberanía cuando jamás se ha cedido la soberanía de la colonia y que nadie quiera referirse a lo que realmente es la plaza de Gibraltar: un fraude diplomático; una colonia militar low cost, utilizada oficiosamente por la armada americana, donde la población civil no es más que la tinta del calamar allá donde conviene librarla.

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