Los muertos, qué solos

Alfredo ayudó a crear el clima del sistema, donde la autoridad y la excelencia también se han muerto

Por más que se acuda al boato y a la pompa, ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! La exclamación del poeta ante "aquel contraste de vida y misterio, de luz y tinieblas" que suponía para su imaginación y para su inteligencia el momento que estaba sintiendo, se me ha actualizado con unas cuantas muertes, las unas apenas percibidas por el personal y la otra insertada en el discurrir del día de cada uno, por quienes tienen el poder de hacerlo. Evocadoras todas de un tiempo de fascinación y ensoñaciones para los universitarios españoles. Se me ha muerto estos días, Fernando Reinoso Suárez (me cuesta evitar el don), un alpujarreño granadino, referente mundial en las neurociencias, a quien sucede una de las más importantes escuelas españolas en ese saber. De él recibí mucho, junto a su discípulo Enrique Martínez Moreno, en mi tarea de recuperar para Alcalá de Henares su carácter histórico de ciudad universitaria.

También se me ha muerto Francisco López Timoneda, académico y admirado colega de la primera universidad española, catedrático de Anestesiología y Reanimación, un científico pionero en la incorporación de los nuevos instrumentos técnicos derivados de los avances tecnológicos, a la medicina del dolor. Y hasta se me ha muerto un cura de cuota, porque Monseñor Clemente Martín Muñoz no era un clérigo cualquiera. Presidía nada menos que la Real Asociación de Caballeros del Monasterio de Yuste, una organización que me concedió, generosamente y en su momento, su Medalla de Honor. Ligada a la figura del emperador (del Sacro Imperio Romano Germánico) Carlos V, atesora en sus principios fundacionales el espíritu de una España que contribuyó con sus gestas, sus iniciativas y sus políticas de ciudadanía, como ningún otro Estado a lo largo y ancho de la geografía y de la historia, al mestizaje, al fortalecimiento del derecho de gentes y a la proyección de la cultura occidental y del conocimiento científico.

Y también se me ha muerto un compañero de universidad, Alfredo Pérez Rubalcaba; aunque, en este caso, sea cosa bien sabida. Porque Alfredo se montó en política en el caballo que ahora cabalga brioso; de no ser así, apenas si se habría percibido su muerte, como ha ocurrido con la de aquellos otros a los que me he referido. Alfredo nos legó la LOGSE y ayudó a crear el clima que reina en nuestro sistema educativo, en el que la autoridad y la excelencia también se han muerto.

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