Hay muertos que no están solos

Nada más cómodo que el centro de Madrid para nostálgicos y resentidos con ganas de hacer ruido

Eso de que la reina de la última feria de La Línea se apellide Picardo (Carmen Picardo) y el alcalde Franco (Juan Franco) no deja de ser chocante. Por si fuera poco, también es Picardo el apellido del legendario Lolo, fallecido en la madrugada de hace unos pocos días. Andaluz de libro, sobrino de la fundadora y destacado de la segunda generación de timoneles de la Venta de Vargas, de La Isla de León, que es una institución entre las que albergan el flamenco y su historia. Los apellidos son buenos indicadores de una proximidad étnica, a veces imperceptible, que nos anuncia la futilidad del ser.

Sabemos por ese discurrir que es la vida, que se sale mucho más fácilmente de una dictadura fundada en los pareceres conservadores que en los colectivistas derivados del marxismo. Estas duran y duran, entre otras cosas porque mantienen a la población ensimismada en los límites de la consciencia. Habría mucho que hablar; tal vez sea por eso por lo que algunos pretenden tapar la Historia con un estúpido velo; de la dictadura militar que gobernó España desde 1936 y a lo largo de cuatro décadas. Y habría que insistir en que se inmoló a beneficio de la democracia y, lo que es más significativo, que fueron sus actores, los protagonistas del cambio político más celebrado y admirable que ha tenido lugar en los últimos tiempos.

Tuve ocasión, el otro día, de conversar con Jose Antonio, un joven cura, hijo de una algecireña llamada Alicia, que cuida el día a día de la cripta de la Santa Iglesia de Santa María la Real de la Almudena, principal de la archidiócesis de Madrid. La cripta que podría acabar albergando los restos del general Franco, como uno más de los alrededor de mil seiscientos acogidos entre enterramientos y depósitos. La familia posee allá un espacio a la medida que requieren estos menesteres, de tres o cuatro metros de profundidad, que admitiría otros tantos féretros. Ahí se guardan las cenizas de la hija del general y de su esposo, los marqueses de Villaverde. Esos sujetos que andan especulando con los cadáveres y sus forzados silencios, sufren de la paranoia del cobarde enrocado en su impotencia. Ya hay quien habla de que Franco vuelve a la plaza de Oriente. Si tal fuera, habría movimientos de masas para todos los gustos y pareceres, por los siglos de los siglos; nada más cómodo y cercano que el centro de Madrid para nostálgicos, desamparados y resentidos con ganas de hacer ruido.

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