La otra mirada

Jose Luis Tobalina

Ante la muerte

TIENE el ser humano en general una atracción morbosa por la muerte, sobre todo si es violenta (y no es la propia, claro). Esto es así desde tiempos inmemoriales, aunque en la sociedad moderna se ha acentuado merced a la inmensa cantidad de imágenes que se pueden ver todos los días, a cada cual más cruda, en los medios de comunicación ya sean visuales o escritos. Cuanto más fuertes sean, más atracción producen en el común de los ciudadanos. En el otro extremo, tal proliferación de cadáveres provocan en el ser humano una indiferencia manifiesta y para nada se conmueve.

Ocurrió el fin de semana que un desgraciado suceso terminó con una mujer muerta sobre la acera en una vía del centro de Algeciras. De inmediato se personaron agentes de policía y una ambulancia para atenderla, sin que nada pudiera hacerse por ella. Casi al mismo tiempo, desde la acera de enfrente un grupo de personas comentaban lo sucedido sin apartar la vista de ese cuerpo ensangrentado. Otros que caminaban por la zona, se paraban un momento, hacían un gesto con la boca y, tras unos segundos de mirada, seguían su camino. Algunos llegaron, lo vieron, se marcharon y regresaron en compañía de algún conocido, amigo o amiga para explicarles lo que había sucedido. Así durante unas dos horas que fue el tiempo que tardaron en llevarse el cadáver. Hubo incluso un par de personas que, saltándose el cordón policial, pasaron junto al cadáver sin inmutarse, como si encontrarse un cuerpo muerto en mitad de una acera fuera algo de lo más natural. Claro, las ocupaciones, ya se sabe, no dejan tiempo ni tan siquiera para, al menos, evitar esa frialdad.

La cultura de la muerte, en nuestro país, sigue anclada en unos tópicos de mantilla negra por mucho que se haya estudiado sobre ello y por mucho que la gente se convenza de que es natural, de que está ahí y a todos ha de tocarnos en algún momento. Hay algunos, incluso, que se regodean en ella, como todos esos que prefieren el sufrimiento de un ser humano antes de dejarlo morir con la paz y la integridad que se merece en un momento tan importante como ese. El caso de las sedaciones de Leganés ha vuelto a sacar a la palestra esa cultura oscura y arcaica que uno pensaba estaba ya desterrada. Lo peor es que, muchos de los que señalaron con el dedo a los profesionales que usaron la sedación con sus pacientes, lejos de retractarse, una vez pronunciada la Justicia, de sus declaraciones, siguieron insistiendo en que estaba mal y que se trataba de un acto punible penalmente. Con personas así, tan arrogantes, no se puede ir a ninguna parte. Yo, aunque pueda resultar cruel, no iría ni a su propio entierro.

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