Nicolás Barroso

La monja que paró el tren

Uno de los monumentos más visitados en la bella ciudad portuguesa de Oporto, es la estación de tren de Sao Bento (San Benedicto). A fe mía que merece la pena la visita a una de las más espectaculares estaciones de Europa. A finales del siglo XIX, cuando las autoridades lusas decidieron la llegada del tren a la ciudad, se encontraron con dificultades técnicas casi insalvables, con la tecnología disponible en esa época. Para empezar el río Duero, parte la ciudad en dos, discurriendo por una alta trinchera, que el trazado ferroviario tenía que salvar. Portugal reclama la ayuda del ingeniero francés Gustave Eiffel. El técnico galo viaja a Oporto y examina los lugares por los que debe discurrir el tramo final de la línea. Con la ayuda de su socio Théophile Seyrig propone una solución audaz: un tablero colocado a 62 metros sobre el nivel del agua, que estará sostenido por un gigantesco arco metálico de 160 metros de luz, apoyado en cada una de las orillas de Duero. La obra de fábrica se inaugura con gran pompa el 4 de noviembre de 1877, al mismo tiempo que el último tramo de la línea del Norte. Asisten a la ceremonia el rey Luis y la reina María Pía de Saboya. El viaducto, que se bautiza con el nombre de la soberana, es durante años la estructura metálica más grande del mundo.

El tren llegaba entonces hasta Campanha, un suburbio distante del centro. Se pensó entonces en hacer una gran estación en el epicentro del núcleo urbano y para ello se creó una nueva plataforma, con tres túneles. Para la estación se piensa en el convento de Sao Bento, destruido en parte por un incendio y que alberga a unas monjitas de elevadísima edad. Se llega a un acuerdo con la congregación por el cual, se permite la construcción, pero sólo se podrá poner en servicio, cuando muera la última monja. Manos a la obra, el arquitecto José Marques da Silva, hace el edificio y el mejor ceramista, Manuel Colaso ejecuta en sus paredes, una obra maestra en azulejos de colores azules y blancos que nosotros denominamos portugueses y que curiosamente, ellos llaman chinos. Son 551 metros cuadrados que cuentan momentos gloriosos de la historia portuguesa y una greca superior con la evolución de los medios de transporte. Mientras, han ido falleciendo las monjitas y ya sólo queda una, la madre abadesa de más de noventa años. Imagínense la situación, el viaducto, los túneles, el edificio, todo terminado y la monja que no acaba de decidirse a pasar a mejor vida. Seis años después, se pudo inaugurar. No hay más lenta espera que la del que quiere heredar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios