Eurípides (siglo V a.C.) está considerado como uno de más grandes autores de la tragedia griega. De él se han conservado 18 obras completas y quizás la más famosa sea Medea. Hija del rey de Cólquida (Asia Menor) compartía con su tía Circe la afición por la magia y la hechicería. Quedó prendada de Jasón, héroe mitológico que, acompañado de los argonautas andaba por aquellas tierras en busca del vellocino de oro. Medea se unió a Jasón para desposarse con él en Corinto. Tras diez años de matrimonio el joven se encaprichó de la princesa Creúsa hija del rey Creonte con la que finalmente se casó tras abandonar a Medea.

Despechada por la traición de su esposo, Medea juró vengarse. Envió a Creúsa una bellísima túnica como regalo de bodas. Al colocarse la prenda se convirtió en una tela llameante que la abrasó a ella y a su padre Creonte que intentó salvarla del fuego. Acto seguido Medea mata a sus dos hijos para mortificar al infiel Jasón. "¿Entonces mujer vas a matar a tu descendencia?" -pregunta el coro- "Si porque es lo que más dolerá a mi marido" -responde Medea para a continuación lamentarse- "¡Oh niños, como habéis perecido por la locura de vuestro padre! No os destruye mi mano derecha sino su ultraje y su reciente boda".

Aunque han pasado 25 siglos, el comportamiento de los hombres sigue determinado por las mismas pasiones. En estos días ha sido noticia la mujer que ha asesinado a su hija de 6 años… para hacer daño a su padre. La niña ha sido un instrumento para provocar en la que fue su pareja un sufrimiento inenarrable, pudiendo más en ella el odio hacia su marido que el amor que presumiblemente sentía por su hija. Es poco probable que esta mujer conociese la historia de Medea o la del titán Cronos (devoraba a sus hijos nada más nacer por miedo a que le derrocaran) o la Abraham (no dudó en -casi- sacrificar a su hijo en nombre de Dios) o ni siquiera la del matrimonio Goebbels (asesinaron a sus 6 hijos antes de suicidarse en el bunker de Hitler) pero, una vez más, en ella se reafirma la idea de que la mortificación real o simbólica de los hijos en sus más variadas expresiones constituyen practicas universales desde los albores de la humanidad.

Por abominable que pueda parecernos el infanticidio no se puede atribuir a un desequilibrio mental individual, desgraciadamente tal aberración forma parte de la condición humana (homo hominis lupus que decía Hobbes). En todo caso, confiemos en que esta moderna Medea no tenga la suerte que Eurípides imaginó para la suya: Recurriendo al Deus ex machina (una fórmula fácil de solucionar un conflicto de manera antinatural) Medea se libró del castigo escapando con los cadáveres de sus hijos en un carro tirado por dragones alados que gentilmente el autor puso a su disposición.

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