Me gusta Gertrude. En las fotos de su juventud se la ve como una mujer alta, demasiado delgada para los gustos de la época, de rasgos muy discretos y dotada de una elegancia natural alejada de los recargamientos estéticos de la Belle Époque. Me gusta, especialmente, cómo aparece en el cuadro de Robert Henri de 1916, en el que se adelanta a la moda de los años veinte y se nos presenta como una mujer que gusta de lo exótico, innovadora, independiente, que nos observa recostada en un diván con indolencia, pero también con cierto desafío. No nos equivocamos: no había desafío mayor que encargar su retrato a un pintor que coqueteaba con el anarquismo y cuya mayor pasión era inmortalizar la vida de los pobres de Nueva York. Desde aquí puedo oír todavía los cuchicheos de la Quinta Avenida. Es la misma mujer que, según su cuaderno de viajes de 1928 y 1929, recientemente publicado por la Universidad de Huelva, viaja sola desde París a Huelva, porque en esos años viajar "sola" suponía no llevar más acompañamiento que el de alguna doncella o algún mozo. Conduce su propio coche a motor, mientras en las carreteras españolas los que transitan, sobre todo, son carros y coches de caballos. Y llega a una ciudad de provincias en la que, apenas unos años antes, los guardias municipales habían tenido que auxiliar a una extranjera que pretendía cruzar la Plaza de las Monjas, con una falda que apenas cubría sus rodillas, porque se había visto asaltada por una turba de muchachos curiosos.

Es verdad que todo es más fácil cuando se es una mujer culta y rica, pero eso no reduce el mérito en su contexto: en aquellos años, otras muchas señoras adineradas preferían pasar el día con una costeada bata de casa recibiendo visitas y solo salían de sus mansiones para hacerlas ellas o para asistir a alguna representación teatral o baile de sociedad. Gertrude, en cambio, siempre había preferido estudiar, hacer deporte y entregarse a la filantropía y a las artes. Se cuenta, incluso, que comenzó su carrera como escultora ocultando su nombre con un seudónimo, para que no se supiera que era mujer y para que no se la juzgara favorablemente por ser hija del hombre más rico del país.

Así que la imagino al volante, atravesando casi toda Francia y España entera, buscando combustible, preguntando por los hoteles y probando la comida de las fondas y las ventas, anotándolo todo con una fruición que solo tienen los que exprimen los viajes para convertirlos en una experiencia de vida insustituible.

En el día de hoy, la Universidad de Huelva dará el nombre de Gertrude V. Whitney a su nueva aula al aire libre, como homenaje a su compromiso con la juventud y con el mundo de las artes y las humanidades y como reconocimiento a su sentido de la igualdad entre hombres y mujeres, la innovación, la libertad creativa y la búsqueda de un futuro mejor.

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