La mirada de Verboom

El ingeniero volverá a contemplar la ciudad que quiso proyectar con utópicas razones

Cuando Jorge Próspero de Verboom desembarcó junto a la desembocadura del río de la Miel en 1721, había sido nombrado ya por Felipe V ingeniero general de todos los ejércitos. Desde allí, como hizo Alfonso XI tres siglos antes, dirigió su mirada a Algeciras y comprobó sus valores geoestratégicos. A principios del dieciocho, la ciudad se desperezaba de un prolongado letargo de abandonos. La pérdida de Gibraltar provocó que nuevos habitantes edificaran chozos y casas aprovechando viejos sillares arrumbados por solares y huertos. Desde aquel momento, Verboom entendió el significado que tenía este lugar tras la ocupación británica del Peñón y como buen proyectista ilustrado diseñó una urbe siguiendo los preceptos de un racionalismo que tenía también su componente utópico. Tres años después se concluyó un plano donde, aprovechando las edificaciones erigidas, se trazaba un conjunto de amplias calles que formaban una hipodámica red en damero que subía desde el río y dejaba libre las cotas más elevadas de la Matagorda, aunque no tenía en cuenta los desniveles sobre los que se asentaba la antigua ciudad medieval. Tras posteriores visitas, el ingeniero real no pudo ocultar su enfado y en 1725 llegó a lamentarse por carta ante el marqués de Castelar del desorden en la construcción de nuevas edificaciones, las cuales se levantaban sin haberse formado todavía las calles, ya que cada vecino había ocupado de forma totalmente arbitraria el terreno, algo que acabó convirtiéndose en un mal endémico por estos pagos. Otro plano de 1736 puso de manifiesto la proliferación de nuevas construcciones que apenas respetaron el ilustrado proyecto del ingeniero que sí pudo ejecutar los diseños de la línea de contravalación de Gibraltar, la batería de san Antonio y los fuertes de san García y de la isla Verde.

Pocas imágenes tenemos del proyectista ilustrado. Además de algunos dibujos poco difundidos, el retrato más conocido lo pintó hace poco más de sesenta años Román García Rodrigo, quien lo vistió con morada casaca de bordadas mangas, pañuelo de encaje al cuello y puñetas que apenas enmarcan decididas manos que empuñan tubos de planos y descansan junto a dorados compases y cercanos proyectos defensivos. Enfundado en militar coraza y plisada banda roja, los blancos tirabuzones de su peluca envuelven un rostro de arqueadas cejas, sobrio rictus y ojos azul de Flandes que dirigen una mirada severa sobre una piel cuajada de surcos. Ahora sabemos que una nueva imagen del marqués de Verboom está siendo elaborada: el escultor Salvador Amaya ha concluido el modelado de una talla de considerables proporciones que presidirá el fuerte de la isla Verde una vez concluya su restauración. Se trata de un reconocimiento a quien lo erigió de lo más oportuno y loable. El ingeniero volverá a contemplar la ciudad que quiso proyectar con utópicas razones, aunque no sabemos qué podrá pensar cuando presencie desde su mirada azul de Flandes lo que los hemos realizado.

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