20.000 millones

Ya no podemos seguir engañándonos. No vivimos en el País de Jauja. Nada es seguro. Y nada está garantizado

Si algo nos ha enseñado la guerra de Ucrania, es que un día estás tan tranquilo en tu cafetería favorita, tomando un helado de Coco Puro Sri Lanka con una deliciosa capa de Limón de Sorrento, y a la semana siguiente estás en una sucia trinchera, con barro hasta las rodillas y un lanzagranadas en las manos mientras suenan las alarmas antiaéreas. Lo que creíamos inimaginable, lo que jamás habríamos creído posible, eso acaba ocurriendo. Los que vivieron nuestra guerra civil conocían esta verdad elemental, pero nosotros nunca quisimos aprenderla. Mi abuela me lo contó alguna vez, en los raros momentos en que quería hablar de la guerra: dos semanas antes de que empezaran los tiros, nadie podía imaginarse que un buen día, sin previo aviso, toda la familia iba a estar escondida en el sótano de un banco para escapar de las bombas. Nadie lo pudo ver, nadie lo supo prever (aunque los más siniestros de los dos bandos llevaran mucho tiempo amenazando y excitando los ánimos para que ocurrieran estas cosas). Pero al final, el día menos pensado, llegaron los tiros, las bombas, el frío y los muertos.

Quizá eso nos sirva para alejarnos del irrealismo absoluto con que nos hemos dedicado a mirar la vida en estos últimos tiempos. Hemos tenido la suerte de vivir en un mundo sólido y seguro, y eso nos ha hecho creer que teníamos garantizada esa seguridad y esa estabilidad por los siglos de los siglos. Pues no, no es así. Las cosas se tuercen de la noche a la mañana. Y un buen día, cuando menos te lo esperas, estás viviendo sin luz, sin agua y muerto de frío en un edificio semidestruido en medio de una ciudad sitiada.

Eso significa que ya no podemos seguir engañándonos. No vivimos en el País de Jauja. Nada es seguro. Y nada está garantizado. Ahora mismo tenemos una inflación desbocada. Si la guerra continúa, es muy posible que tengamos que enfrentarnos a una economía casi de guerra, con severas limitaciones de pensiones y salarios y con cifras escalofriantes de desempleo. Y por eso mismo, uno no sabe qué pensar cuando una ministra anuncia muy ufana que va a dedicar 20.000 millones de euros -20.000 millones de euros, repito- a un Plan Estratégico de Igualdad que no sabemos en qué gastará el dinero ni cómo lo repartirá ni para qué demonios servirá. Es escalofriante, pero así estamos. Tengan cuidado con el escalón cuando bajen al sótano.

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