Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

5.000 millones

LEÍ en el diario que a Jérôme Kerviel, el operador de mercados de 31 años supuestamente responsable del agujero de 4.900 millones de euros en el banco francés Société Générale, le apodan en intenet "el hombre de los 5.000 millones". Los internautas, siguiendo una antigua preferencia por las cifras exactas, no han dudado en hacer un generoso redondeo a la hora de apodar al defraudador. Entre ser "el hombre de los 4.900 millones" y ser "el hombre de los 5.000" hay una diferencia que si nominalmente parece insignificante económicamente resulta abismal. En concreto, de un apodo a otro a hay cien millones de euros. Posiblemente, en términos macroeconómicos, e incluso macrocriminales, cien millones de euros sean una nonada, y al propio Kerviel, a estas alturas, le dará igual ingresar en la historia universal de la infamia por 4.900 o por 5.000 millones. Incluso es posible que prefiera, por una simple cuestión de eufonía, ser el autor una indignidad con tres ceros que de una transgresión que parece inconclusa, como si le hubiera faltado tiempo o audacia para completarla.

José Luis Rodríguez Zapatero es también, en cierto modo, desde el domingo el segundo hombre de los 5.000 millones. El presidente de Gobierno ha calculado que al Estado le costará esa misma cifra hipnótica y poderosa repartir 400 euros por barba entre los 13 millones de trabajadores con nómina y pensionistas. Es su regalo electoral, una paga no ya extraordinaria sino extrasensorial, extrauterina e incluso extravagante. El presidente ha explicado que es "una medida progresista porque beneficia a los que menos ganan".

Quizá sea así, pero a mí, de entrada, más que la alegría por la posibilidad de lograr 400 euros imprevistos me gana la perplejidad. En primer lugar, porque no me siento capaz de tomar una cifra conceptualmente abisal (5.000 millones) y convertirla en 13.000 modestos conjuntos de 400 euros. En segundo, porque, por más atentamente que he leído, aún no sé qué criterios distributivos se emplearán. Tercero, porque no he logrado saber cuál es la relación entre 400 euros y conceptos tan elevados como el "principio de igualdad", la "cohesión territorial" o "el impulso a la conciliación de la vida laboral y la familia". Es como si alguien hubiera descubierto de pronto que los valores de la revolución socialdemócrata se pueden liquidar en una sola paga de 400 euros. Y cuarto, porque el pudor de saberme elegido para recibir los 400 euros me impide escribir con la debida imparcialidad. Y punto.

Todas estas objeciones, claro, son entre ustedes y yo. Cuando me entreguen los 400 euros daré la gracias e invitaré a comer a la familia.

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