Un milagro

Aunque sea metido con calzador, el libro como principal aliciente se impone, cuando menos una vez al año

Alos organizadores de las Ferias del Libro en Andalucía no les debe resultar fácil encontrar un hueco entre fiestas y tradiciones primaverales. Unas fechas bien repletas de flores y luces, con acontecimientos de los que Luis Cernuda, con irónica mirada, solía decir que "a los andaluces les gusta disfrazarse de andaluces." Pero, aunque sea metido con calzador, el libro como principal aliciente se impone, cuando menos una vez al año, en las plazas públicas y adquiere así una cierta pátina de tradición. No tiene todavía peso ni años para desplazar ni competir con las fiestas mayores, pero ya extiende sus redes de clientes asiduos, ha institucionalizado un pregón (lo cual en Andalucía siempre es un gran paso), visitan sus casetas autores famosos, y se les presta atención a unos objetos que, leídos, pueden ayudar a sobrellevar los inconvenientes cotidianos del resto del año.

Antes, en los comienzos de la democracia, se convirtió en rito que los políticos -más allá del día de protocolo de la inauguración- visitaran la feria, compraran algún libro y, sobre todo, recomendasen la lectura de un título o autor de su preferencia. Ese rito se ha evaporado. Quizás falta de tiempo, o de interés, o tal vez resulte difícil resaltar un libro si las muchas dedicaciones no han permitido leer ninguno.

Desde luego, el apartado de libros recomendados siempre es comprometedor, por eso en estas líneas, no se quiere caer en esa tentación, pero quizás sea momento para señalarle a posibles lectores un milagro que pueden percibir si visitan las casetas-librerías de la feria. Un milagro por lo que tiene de grata sorpresa y por ir a contracorriente de lo que cabía esperar en años de crisis. La maravillosa proliferación de pequeñas (en tamaño, no en la calidad de sus catálogos) editoriales. Es una oleada de optimismo la que han provocado tantos sellos de nuevos editores llenos de ambición, riesgo y sabiduría: el mejor escaparate, la prueba del algodón de que en España la batalla intelectual no se ha perdido. Milagro no solo porque han surgido muchas colecciones, además están seriamente orientadas. Lástima que este espacio no permita reconstruir con nombres propios el itinerario literario que han trazado. Ya no se trata del pequeño editor que improvisa, como en los años setenta del pasado siglo, ahora se hacen apuestas ambiciosas, con olfato de lo que falta en el mercado, gusto y sentido de la oportunidad. Para que este nuevo milagro se consolide solo necesitan que sus libros se distribuyan, compren y lean. ¡A la feria, pues!

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