La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El milagro del hombre de la armónica

Tamara lo asoma a la ventana para que toque la armónica y crea que los aplausos son para él

Las entrevistas antiguas a escritores y artistas incluían siempre la pregunta de qué obra se llevarían a una isla desierta. Pues en la isla desierta del aislamiento estamos y esto obliga a seleccionar. En el emocionante final de Manhattan Woody Allen se preguntaba por qué cosas merece la pena vivir. Y se contestaba: "Podría decir que Groucho Marx, por nombrar a alguien… Y Jimmy Connors… Y el segundo movimiento de la Sinfonía Júpiter… Y Louis Armstrong y su grabación de Potato Head Blues… Y algunas películas suecas, claro… Y La educación sentimental de Flaubert… Marlon Brando… Frank Sinatra… Esas increíbles manzanas y peras de Cezanne… Los mariscos de Sam Wo… Y el rostro de Tracy". Al evocar el rostro de Tracy (Mariel Hemingway) empezaba a sonar He Loves and She Loves de Gershwin, Allen se levantaba, abría un cajón y sacaba de él una armónica que Tracy le regaló. Pues, mire usted por donde, una armónica sonando desde un balcón de Vigo se ha convertido en una razón para sentir que la vida vale la pena.

La vida no imita al arte. Es el arte, cuando alcanza su mayor altura, el que roza, sólo roza, la emoción, el esplendor, el dolor, el gozo y la tragedia de la vida. Y los expresa. Da igual -si nos quedamos en la música- que se trate de la Pasión de Bach, la novena de Beethoven, la tercera de Brahms, He Loves and She Loves de Gershwin cantado por Ella Fitzgerald, I'm a Fool to Want You de Helen Merrill o Rocío de Imperio Argentina. En todas ellas el arte se hace grande al expresar con maestría la grandeza y la fragilidad de la vida.

Toda España, a través de las redes, ha podido ver con inmensa emoción como Tamara Sayar, la sanitaria que atiende a un octogenario matrimonio de Vigo afectado por alzhéimer, ha ideado el más bello artificio para hacer feliz al hombre, aficionado desde que era niño a la armónica. Todos los días, un poco antes de las ocho, Tamara lo asoma a la ventana para que toque la armónica y crea que los aplausos a los sanitarios se dirigen a él. "Pedazo de concierto, eh, Hermann -le dice-. ¿Ves? Te has puesto nervioso. Mucho público. Te entiendo". Y el hombre, creyendo que le aplauden, sonríe y sigue tocando. Si esta escena de la vida real fuera de una película los pedantes la acusarían de sentimentaloide endulzamiento de la realidad y las personas normales llorarían como magdalenas. Ciertamente la vida es siempre más grande que el arte

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