A dos metros de mí

A la calle sevillanos, a la calle. Toca vivir a dos metros para poder recuperar la vida infinita

La inmensidad de mi horizonte ha quedado limitada a dos metros de mí. He creído que la libertad estaba, siempre, lejos de donde yo estuviera. Cambiar mi escenario cotidiano, cada poco tiempo, hace que mi pecho se sienta henchido de oxígeno cada vez que respiro el aire que llena mis pulmones y ellos empiezan a distribuir la sensación de plenitud por todas las carreteras de mi cuerpo colmando mi felicidad. Los ojos saltan la barrera de los papeles del trabajo cotidiano, de ver las mismas habitaciones, oficinas, mis propios pies caminando por el mismo suelo que recorro cada día de manera matemática. Ese horizonte que necesito me hace sentir igual de libre, sea viendo mi trocito de mar en Sanlúcar de Barrameda, como viajando a Nueva York. Independientemente de los altos edificios que pueden elevarse cual muro de hormigón, veo en ellos el abismo de la libertad. Ya no puedo salir de Sevilla, ni siquiera puedo ir a Mairena del Alcor a ver a mis amigos. O salir al campo a pisar hojas de pino y tierra. Si me invitan a escuchar un cante en una casa temo saltarme las leyes solo por escuchar una bulería. Entiendo que en una reunión de seis personas reír, cantar, bailar con la música a tope sea casi una prohibición. No tengo ganas de hacerlo porque no me gusta verlo cuando lo hacen los jóvenes que bailan y se divierten cuando el resto vivimos contenidos a dos metros de nosotros mismos. Hoy estaba haciendo cola para recoger unos análisis y he dado un brinco al darme cuenta de que no había respetado la distancia. Susto. La gente camina con la cabeza hunida. Encuentran su horizonte en la inmensidad que ofrecen los grupos, aplicaciones e información infinita que vomitan los móviles. Ya no podemos salir de la ciudad, cosa que nos lleva a valorar las pequeñas cosas. Hoy, mientras conducía y me preguntaba si podría ir al gimnasio porque está la lado de mi trabajo pero en otro municipio de mi hogar, he visto que la inmensidad de mi horizonte está en Sevilla. Voy a volver a descubrirla, otra vez. Voy a buscar algún rincón que no conozca tras casi treinta años viviendo aquí. Pensaré que no hay más mundo que la inmensidad de esta bella ciudad. A la calle sevillanos, a la calle, a dos metros de nosotros mismos. Sin barras de bar donde encontrar un mínimo hueco para que el camarero te alargue el brazo y coger al vuelo la tapa. Dónde está el bullicio, el abarrotamiento, las calles minadas de gente. Toca vivir a dos metros para poder recuperar la vida infinita.

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