Cuando Calderón de la Barca publicó El gran mercado del mundo recogió el llamamiento de la Fama para que todos compraran con su talento aquello que desearan; ahora, los autos sacramentales tienen el regusto de los anaqueles olvidados, aunque los mercados forman parte de nuestro léxico más cotidiano.

El central de Algeciras se ha conocido por el tautológico nombre de la plaza. Allí, bajo la blanca cúpula diseñada por Eduardo Torroja, entre los apiñados puestos portátiles de lonas que competían en vano con la vela ovoide de hormigón y claraboyas, acudíamos en busca de todo lo que hacía falta. Una multitud desembocaba en sus esquinadas puertas para comprar hortalizas del Acebuchal, pescados de la lonja, rojos filetes de retinto, manteca, aceite, frutos secos, búcaros, flores, huevos, llaves y hasta pavos que acudían a su entorno cada diciembre. Tabernas, bancos, bares, droguerías, cafés, cordelerías, boticas y tiendas de calzados se apiñaban al abrigo de los vanguardistas muros que presentían un mar invisible pero cercano, que arrimaba el salitre con cada bocanada de levante desde la Pescadería y el Ojo del Muelle.

Hoy se mantiene la blanca cúpula de hormigón y claraboyas, aunque separada de un mar cada vez más lejano y con salitre apenas presentido. Sigue siendo el lugar adonde encaminamos nuestros pasos en busca de lenguados y jureles, atún y retinto, frutas cada vez más exóticas y hortalizas de apartados huertos. Sus puertas se siguen abriendo, aunque no son cruzadas por las muchedumbres de antaño. Las voces familiares y amables que atienden en los puestos tienen la digna prestancia de los que resisten estoicos los vaivenes del tiempo y nos saludan cada mañana con la noble frescura de quien se siente eslabón de una cadena de frágil solidez.

Lejos de estos pagos, en las reconvertidas manzanas de Hudson Yards, al oeste de Manhattan, se abren las puertas de otro mercado, el de Little Spain. Allí, sin vanguardistas cúpulas de hormigón y claraboyas, entre inverosímiles rascacielos transparentes, muelles que comunican con mares lejanos y vías de tren reconvertidas en verdes paseos aéreos; allí, en una Nueva York donde es difícil distinguir la luna de un anuncio de la luna, se abre un mercado fundado por José Andrés y los hermanos Adriá. Allí, a casi seis mil kilómetros de la bahía, se incluyen unos paneles con cuatro mercados destacados de España: el de San Miguel, en Madrid, la Boquería, en Barcelona, el Central de Valencia y el Ingeniero Torroja de Algeciras. Allí, con acento sajón, se elogia un espacio que todos reconocemos como nuestro, pero que resulta necesario que multipliquemos su valor. En este caso, la fama internacional reconoce a un mercado del que debemos sentirnos orgullosos, pero donde son necesarios más talentos, impulsos y decisiones para que la blanca cúpula siga albergando vida en el gran mercado de nuestro mundo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios