La marquesa y el revolucionario

Dicen los mentideros de la capital que en el Partido Popular están que trinan con Cayetana Álvarez de Toledo

Hace una par de años, quizás tres, en uno de los encuentros que organiza la Casa de los Poetas intervino Cayena Álvarez de Toledo. Ya ese día los que estuvimos allí pudimos apreciar su verbo cálido de acento porteño, su cultura cosmopolita con doctorado en Oxford, su liberalismo cool compartido desenfadadamente en los seminarios de la FAES inspirada por las huestes de José María Aznar. Algún iluso fantaseaba con la posibilidad de que la ponente se abajara a compartir un rato con la plebe en cualquier garito de los que Pepe Serrallé domina en la vecina Alameda, pero después supimos que apenas terminado el bolo salió pitando para cenar con el duque de Segorbe. Siempre hubo clases.

Hoy Cayetana es nada menos que portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados, en una época no precisamente propicia para la discusión sobre la pervivencia de los fundamentos hegelianos en nuestra sociedad contemporánea y sí para la más barriobajera pelea por cualquier causa menor. La semana pasada tuvo especial protagonismo en su rifirrafe parlamentario con Pablo Iglesias. Viendo las imágenes de su primera intervención, daba gusto verla desgranar pausadamente las enormes debilidades del personaje, sus mentiras, sus insidias, sus contradicciones, midiendo cada gesto en un discurso brillantísimo digno de una discípula aventajada del profesor Elliott. Lástima que al final, provocada por el arreón bolchevique y pendenciero del otro, estropeara la faena acordándose del padre terrorista, aunque por lo que se lee por ahí más parece un voluntario de ONG.

Dicen los mentideros de la capital que en el Partido Popular están que trinan con Cayetana, que con su sobreactuación lo que hizo fue arruinar la estrategia anti-Marlaska que traían preparada desde Génova ensombreciendo, de paso, a su líder, y que no es la primera vez que lo hace. Puede ser. Posiblemente haya sido un error su nombramiento como portavoz, tanto por el partido (su imagen sofisticada es de por sí sólo apta para minorías) como por ella misma, una outsider de la política poco acostumbrada a pasear su alta y altiva figura por un campo de minas. En otros tiempos mejores su oratoria culta y certera daría buen lustre al sufrido diario de sesiones del congreso, y sin embargo hoy ve con decepción como hasta teniendo razón de sobra se puede perder el combate ante un mediocre aprendiz de Lenin.

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