La (mala) imagen

Pocos reparan en un problema no menor: la imagen que está trasladando España como país

En todo este caos político y social en que andamos metido, con un Gobierno indocumentado e ineficiente apoyado en lo mejor de cada casa y una oposición adolescente y fragmentada que va a ninguna parte, pocos parecen reparar en una cuestión no menor: la imagen que está trasladando España como país, con unas estructuras e instituciones cada vez más tocadas, a los observadores extranjeros, ya sean corresponsales de los principales diarios, burócratas calvinistas de la Unión Europea o simples políticos fríos y anodinos que ven lo suyo como un problema menor si se comparan con las cifras terribles de esta nueva versión de otra Grecia populista y manirrota en que están convirtiendo a España.

Si hace unos meses era The Guardian el que criticaba contundentemente la falta de previsión y la incapacidad del Gobierno español para frenar la segunda ola desatada en el verano, que acabó por arruinar sus previsiones más optimistas, ahora es otro prestigioso periódico británico, The Economist, el que se lanza implacable contra la política española en general, calificándola de venenosa, sin escatimar reproches a unos y a otros, poniendo de manifiesto además la inestabilidad institucional del país, motivada fundamentalmente por las perniciosas alianzas que mantienen a la colación de gobierno y la incapacidad de éste para tender puentes con la oposición. Si en marzo la sensación que despertaba esta crisis económica y sanitaria sin precedentes era en esencia de conmoción, ahora simplemente lo es de fracaso.

Cuando la solución a los problemas económicos y sociales derivados de la pandemia, en un país poco productivo y tan dependiente del turismo como el nuestro, depende sobre todo de la (eficiente) gestión de los abundantes fondos que han de llegar necesariamente de Bruselas, no parece lo más apropiado esta cansina y cortoplacista pelea protagonizada por políticos mediocres sin más voz que la que le ponen por delante, como malos actores de un relato fijado de antemano, y que no parece además tener una salida clara en el corto plazo. Y podemos dar gracias a que nuestras particulares condiciones económicas y geoestratégicas no permiten a nuestros colegas europeos otra salida que una ayuda generosa, aunque sea condicionada. Lo propio, en suma, de un socio sospechoso de no cumplir con sus obligaciones más elementales. Casi lo que suele decirse de los países fallidos.

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