El icneumónido es un pequeño insecto muy parecido a la avispa que habría ocupado un lugar irrelevante en el mundo de la entomología de no ser por la maquiavélica forma que tiene de criar a sus retoños. La hembra, equipada con un largo y fuerte aguijón, perfora el cuerpo de las larvas de otros insectos para depositar sus huevos en el interior de las mismas. Cuando el huevo se rompe, la cría se alimenta de su anfitrión siguiendo una metódica estrategia: necesita que, a pesar de estar devorándolo, el organismo de su receptor permanezca vivo (para que no se corrompa), por lo que empieza por comerse las partes grasas y el aparato digestivo, dejando para el final la parte más noble de su víctima, el sistema nervioso. El banquete del joven icneumónido se consuma a costa de la sádica tortura de la criatura que involuntariamente le da albergue y a la que, finalmente, terminará dando muerte entre un sinfín de convulsiones. El despiadado proceder del icneumónido resulta ser una prueba irrefutable de la amoralidad de naturaleza, esto es, en su comportamiento los seres vivos no distinguen entre el bien y el mal, unos conceptos filosóficos (o religiosos) que son de aplicación exclusiva al ámbito de los humanos y que constituyen uno de los rasgos distintivos del progreso de la especie. Sin embargo, nuestro proceder respecto a determinados sucesos como el reciente asesinato de una joven maestra en Huelva evoca de manera harto perturbadora el cruel "modus operandi" de los icneúmonidos. La sociedad se ha regodeado en las (morbosas) circunstancias que envuelven a la víctima y su asesino. Los medios informativos han efectuado un seguimiento a todas luces desmesurado en comparación con el que realizan de otras noticias menos truculentas. Como nuestra avispa, "engordan" sus audiencias estirando al máximo la "vida" del suceso -sin importarles ningunear el recuerdo de las victimas o el dolor de sus allegados- se hacen casi coparticipes de las pesquisas policiales empleando una precisión pseudoforense para exponer a la luz pública los hechos, sus desencadenantes y, cómo no, las secuelas de tan horrendos crímenes. Por otro lado, son muchos los indignados que se rasgan las vestiduras clamando por la falta de justicia y la indefensión de los asesinada, sin caer en la cuenta que son los mismos que no tuvieron el pequeño detalle de advertirle de la presencia de su futuro asesino (¡ni siquiera a la hora de alquilarle una vivienda justo al lado de la del criminal!) y que son los mismos que, en aras de una supuesta progresía, se oponen a que los delincuentes de semejante calaña se pudran para siempre en la cárcel. Un grito unánime se lanza al aire: "Todos somos Laura". No nos equivoquemos, mientras que los que vociferan están vivos… Laura duerme ya para siempre el sueño de los justos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios