Una de las señas más reconocibles de las sociedades del bienestar es la ocultación de lo desagradable. Las enfermedades graves, las percibimos a través del cristal de una U.C.I.. Los cadáveres los contemplamos, también tras un cristal, en un funcional tanatorio y después los cremamos para no tener que ocuparnos nunca más de ellos. ¡Que pelmazos eran los romanos, con aquello de que la tierra te sea leve!. Todavía hoy, veinte siglos después, puede leerse el epitafio en la lápida de un esclavo, al borde de la vía Apia. Dice así: Su amo, le amó. ¡Vaya tontería creer que el amor perdura tras la muerte!. Los atentados terroristas se olvidan tras poco tiempo. Bueno, los olvidamos los que lo conocimos a través de otro cristal, el de la pantalla de la tele, porque el que vio la sangre en directo, nunca lo olvidará. La sociedad ya no soporta escenas violentas, como por ejemplo una carga policial, por más que esté justificada. La pobreza se hacía patente, en la edad media, en los mendigos que pedían en la puerta de los templos y las colas de indigentes para tomar la sopa boba, en los conventos y abadías. Acabamos de vivir, una crisis que ha fabricado millones de pobres invisibles. Sabemos que están ahí, pero no llegamos a ponerles cara. Suponemos que alguien se encargará de ellos, cuando colaboramos en una cuestación de Cáritas o entregamos algunas viandas al Banco de Alimentos. Tomen nota de estos datos: tan sólo en la Diócesis de Cádiz y Ceuta hay 11.187 familias que necesitan atención y 1.400 personas sin hogar. La mayoría nos imaginamos la pobreza, como personas comiendo en un comedor social y recibiendo alimentos para la subsistencia. Sin embargo hay otra pobreza vergonzante de la gente que tenía un buen trabajo, lo perdió con la crisis y ya no lo ha vuelto a recuperar. Ahí hay hipotecas, recibos de alquiler y necesidades domésticas básicas a cubrir. ¿Quién atiende a estas personas?. Como decía un personaje de John Wayne, este es un jodido trabajo chaval, pero alguien tiene que hacerlo. Yo conozco bien a los que lo hacen. A lo mejor usted también conoce a algunos. Es difícil reconocerlos, porque son discretos y nunca hablan de ello. Son los hombres y mujeres de Cáritas, los nuevos Cirineos que ayudan a llevar el peso de la cruz de los demás, sin recibir nada material a cambio. A la angustia compartida añaden la escasez de medios económicos. Están hechos de otra madera. Auxilian y mantienen la esperanza. Hágame y de paso, hágase usted un favor: ¡Ayúdelos a ayudar!

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