Campo chico

Alberto Pérez de Vargas

A la luz de la Navidad

La luz artificial ha llenado nuestras calles; como en feria. Celebramos algo muy diferente, pero al no ponerse de manifiesto, la impresión es que, en definitiva, se trata de lo mismo. La banalización de los grandes acontecimientos que han generado nuestra cultura, su ocultación o su reducción casi a la nada, nos debilita, pero no parece que los administradores de la cosa pública lo adviertan.

Tengo que pensar que es intencionada la elusión de lo que puede sugerirnos el sentido de la Natividad. Es como si fuera un acuerdo tácito que ha invadido desde posiciones políticas dirigidas contra la sociedad democrática, contra la sociedad occidental, todos los reductos de las Administraciones públicas. La confusión de términos está tan generalizada, la incultura y la mediocridad reinante es de tal dimensión que a nuestros administradores se les escapa que la laicidad no consiste en ocultar la verdad y en desfigurar el sentido de la realidad cultural en la que gestionan sus vidas y sus quehaceres.

Me cuesta insistir en cosas tan elementales, pero creo que los que andamos por estos mundos, observando y dando pública difusión a nuestras reflexiones debemos ser inasequibles al desaliento, referirnos las veces que sea necesario a esos asuntos que, no por muy repetidos, resultan ser evidentes en el comportamiento de las personas y en sus relaciones sociales. El círculo azul –por ejemplo– y las doce estrellas que aparecen en las proximidades de su circunferencia, constitutivos de la bandera de la Unión Europea, es una imagen asociada a la Virgen María. Está sobre la de ella, en la parte superior de una impresionante vidriera de la catedral de Estrasburgo.

A nadie se le ha ocurrido por estos pagos, dejar ver entre tanta luz, la luz del mensaje de la Navidad

El número de estrellas no tiene nada que ver con el de países que formaron parte de la iniciativa. Tal vez sean doce por las ancestrales interpretaciones, también cristianas, también judías, del número; doce fueron las tribus de Israel, doce fueron los apóstoles y doce fueron los hijos del profeta Jacob, hijo de Isaac, entre miles de lecturas, también matemáticas. “Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza” (Apocalipsis, 20).

A nadie se le ha ocurrido por estos pagos, dejar ver entre tanta luz, la luz del mensaje de la Navidad. Y eso que la belleza y sencillez de ese mensaje, no puede ser más cercano a la naturaleza humana, ni estar mejor escrito. Es tan natural que no necesita adornarse, ni siquiera con luces.

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