La lotería

En 1948 se podían decir cosas que hoy son impublicables. Y todos, sí, jugamos a la lotería de Shirley Jackson

En 1948, Shirley Jackson publicó un relato en la revista New Yorker. El relato, que se le había ocurrido mientras empujaba el cochecito de su hija por las calles de un pequeño pueblo de la América profunda, contaba el ritual que tenía lugar cada verano en una pequeña comunidad muy parecida a la localidad real en que residía la autora. Cada año, desde tiempos inmemoriales, todo el pueblo -hombres, mujeres y niños- participaba en una rifa. Y al final, el agraciado recibía un premio. El premio -que no revelaremos- no consistía en una lavadora, sino en algo que una vez leído pone la carne de gallina.

Cuando el relato se publicó, empezaron a llegar a la redacción cientos de cartas de lectores escandalizados. ¿Cómo es posible que una revista tan seria como ésta haya publicado semejante monstruosidad?, se preguntaba una señora. Otra mujer se quejaba de que había leído el relato de Shirley Jackson mientras se daba un baño, y se sintió tan deprimida y horrorizada que estuvo a punto de meter la cabeza debajo del agua y no volver a sacarla. Un lector de Nueva York le preguntaba al director de la revista si aquel cuento era una broma, y luego le comunicaba que tuviera a bien cancelar su suscripción. Otro lector, canadiense, comunicaba a la autora que, por su propio bien, se mantuviera alejada de Canadá. Otro gruñó: "Mi único comentario es: ¡qué demonios!". Lo maravilloso del caso es que el director de la revista se puso de parte de la autora en todo momento. Ni las cancelaciones airadas ni las protestas de los lectores le hicieron desistir de su apoyo a la autora, a la que siguió encargando relatos y a la que siguió considerando una autora de la casa. Esto sucedió -repitámoslo- en 1948.

Pero hoy en día, me pregunto, ¿habría sido igual? ¿Habrían apoyado los responsables de la publicación a la autora insultada y perseguida o se habrían puesto de parte de los propios lectores escandalizados por un simple relato de ficción? ¿Habrían resistido los miles de tuits venenosos, las protestas organizadas, los escraches en la calle? Y la horda de tuiteros anónimos -comportándose de una forma muy parecida a los protagonistas del relato-, ¿habrían dejado un solo segundo de insultar y de acosar a la autora? Es fácil imaginar que no. En 1948 se podían decir cosas que hoy son impublicables. Y todos, sí, jugamos a la lotería de Shirley Jackson.

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