la esquina

José Aguilar

No llamarse a engaño

ESPAÑA avanza a pasos agigantados hacia el desastre y el Partido Popular, que ya toca la victoria con los dedos, empieza a darse un baño de realismo. La prima de riesgo se ha triplicado con respecto a la que había en mayo de 2010, cuando Zapatero tuvo que decretar los recortes a pensionistas y funcionarios, y el Gobierno admitió ayer que el crecimiento económico de 2012 será inferior en un 40% al previsto. Si con el 1,8% augurado no se iba a crear empleo, imagínense con el 0,8%...

Una vez asegurados los votos suficientes para gobernar en solitario y descartados cambios de última hora en las opciones del grueso del electorado, el PP está cambiando su discurso. Se acabó el optimismo desaforado sobre las virtudes taumatúrgicas de un gobierno que, sea el que sea, ha perdido buena parte de su soberanía y el triunfalismo sin límites acerca de las posibilidades de sacar al país del atolladero que se atribuían a Mariano Rajoy. Y ha sido el propio Rajoy quien ha puesto las cosas en su sitio: esto no va a ser fácil, nadie tiene una varita mágica contra la crisis y no se puede esperar que todo esté resuelto al día siguiente del vuelco electoral.

Le flanquean en este nuevo enfoque sus escuderos más relevantes. Como María Dolores de Cospedal, su secretaria general, que se ha puesto la venda antes de que le salga la herida al anunciar que algunos que ahora están callados se movilizarán en cuanto el PP ya en el Gobierno haga lo que se debe hacer (ajustes, está claro, porque la gente no va a protestar por otra cosa). Como Gallardón, al que todo el mundo le ve cara de ministro, quien no quiere "ni imaginar" que en las cuentas del Estado haya obligaciones no computadas, una fórmula de expresar que, en efecto, se imagina, y teme, que en la herencia que van a recibir de los socialistas se toparán con más de un pufo.

Estas declaraciones e insinuaciones, que el candidato Rubalcaba intenta aprovechar a la desesperada como un último clavo combustible, sirven para constatar algo que hemos venido diciendo algunos: que el Gobierno que encabece Rajoy, si pretende a la vez incentivar el crecimiento y el empleo y no subir los impuestos, sino todo lo contrario, no va a tener más remedio que proceder a un ajuste duro, acorde con la situación de nuestras finanzas, la desconfianza de los inversores hacia nuestra capacidad de pagar las deudas y la parentela que cuelga de ellas, como es el caso de la prima de riesgo.

Bueno es saberlo, y mejor aún no llamarse a engaño. Incluso sería de agradecer que en su primer discurso solemne tras el 20-N Rajoy se sincere con los españoles y prometa sólo lo que puede prometer a corto plazo: sudor y lágrimas. Al menos de la sangre nos libraremos.

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