El Ejecutivo nos gobierna como si fuéramos imbéciles y déjenme hacerles el spoiler: lo somos. Será más fácil salir a la calle sin frustración e inquina cuando comprendamos que desde lo más alto del parietal hasta el pico de la uña del pie somos un todo completo de imbecilidad. Dense prisa en entenderlo porque la ignorancia es un agravante de la estupidez y qué pena más grande aquella que sentirán nuestros allegados cuando, pata estirada, el mármol tallado de nuestra tumba rece: "Murió siendo imbécil y no lo sabía".

La sociedad española ha perdido el espíritu de colectividad frente a los que se nos ríen en la cara. Emerge, desde hace tiempo, un individualismo de despotrique frente al televisor, de tertulia histriónica de bar y de bulla virtual. Hoy, las revoluciones se hacen desde el sofá de casa, que llueve mucho, quillo, y el coraje se demuestra tuiteando. Escuchamos a aquellos periodistas que reafirman nuestras ideas y visitamos foros de redes sociales de gente que grite mucho, ASÍ, EN MAYÚSCULAS, porque el griterío ha ganado a la retórica aristotélica en convicción. La capacidad crítica es exigua hoy en día, aunque en total extinción se encuentra la más sana de todas ellas: la capacidad de cambiar de opinión e ideas.

En cualquier caso, la reforma del Código Penal y la toma del poder judicial son prácticas que Mr. Handsome Sánchez no ha inventado. En 2013, cuando el PP gozaba de la mayoría absolutísima, reformó el Consejo General del Poder Judicial a su antojo y la consulta ilegal de Artur Mas de 2014 hizo que un año después los populares endureciesen las penas por apropiación indebida de dinero público. Jamás, eso sí, se había hecho con tanta desfachatez y formas propias de quien oculta algo.

La empedernida obsesión del presidente del Gobierno por pasar a la historia le hace perorar constantemente como si nuestro modo de vida estuviese en peligro. La noche del jueves, ante la voluntad del PP, Ciudadanos y Vox, partidos a los que sí ha elegido la población (que se nos olvida), de suspender el pleno en el que se aprobaba la reforma del Código Penal, Sánchez salió por la noche y dijo: "La Constitución prevalecerá, la democracia prevalecerá". Discurso histórico que le valdrá el embalsamamiento para la exposición de su cuerpo en la Puerta del Sol.

Todo hoy es un golpe de Estado, un advenimiento de catástrofe democrática, una reminiscencia de 18 de julio y 23 de febrero. La banalización de episodios trágicos pasados nos depara un futuro ciertamente infausto. Mientras, nosotros, cuales imbéciles, asistimos impasibles al espectáculo del cinismo y la repugnancia política, cuya endémica sinvergonzonería tiene una consecuencia fatal para el devenir: jamás un buen político, que los habrá, podrá demostrar que lo es.

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