La RAE define linaje como la "ascendencia o descendencia de una familia, especialmente noble". En mi caso, si se me permite la osadía de hacer trampas con la etimología, podría explicarse como la "ascendencia o descendencia de una familia, especialmente periodista". Es, por tanto, una palabra llena de orgullo y responsabilidad para mí.

Hace exactamente trece años y nueve días, José Luis Tobalina, Tete, exhalaba su último aliento en estas líneas. A la una de la mañana se publicaba su último artículo, Acero y Cristal, nombre que he llevado por bandera. Apenas diez horas más tarde, el cáncer, no una "enfermedad de larga duración" ni una "complicación de una patología grave", llamémosle por su nombre, el cáncer, lo sumía en un sueño profundo tras meses de lucha incansable.

José Luis fue periodista, literalmente, hasta que murió. Conocedor de que su vida se le escapaba, el 24 de noviembre de 2008 tenía pendiente las tareas que toda persona en su lecho de muerte puede tener y que cuenta con la justa y relativa capacidad para llevarlas a cabo: llamar a una madre para darle las gracias por su sacrificio, a unos hermanos para recordar sus aventuras, a una exmujer para agradecerle el hijo que ha criado, a este, un chaval de 14 años recién cumplidos, para decirle que lo quería, y enviar a tiempo el artículo del Europa que salía al día siguiente. Su compromiso con el periodismo fue absoluto hasta el final.

De esta manera, entenderéis lo que supone para un servidor aterrizar en estas líneas en las que mi padre estará siempre presente y mi tía Paola nos ha deleitado durante la última década. Europa Sur es el periódico de mi vida. En su redacción, entre humo, olor a papel y el sonido de las teclas del ordenador redactando la última hora, he pasado yo largas tardes de los fines de semana de mi infancia, sentadito en un rincón, leyendo o pintando, cuando el oficio reclamaba a Tete.

Desde la humilde experiencia de un joven de 27 años, prometo respetaros y seros fiel. Esta será de las pocas veces que hable de estos recuerdos, que, si me permitís, guardaré en lo más profundo de mi corazón para ser yo quien los sienta. Y, por supuesto, prometo caer lo menos posible en el yoísmo, el mayor mal del periodismo actual.

A veces, el que escribe se olvida de la responsabilidad que ello conlleva y se siente con una inexistente potestad de situarse como protagonista de cualquier historia cuando, en realidad, su trascendencia es la misma que la de un simple grano de arena en una extensa playa. Sois vosotros, con vuestras penurias y alegrías, los que realmente importáis.

Ahora, confieso, he pecado, pero me veía en la obligación de presentarme. Nunca más.

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