La levedad del ser

Cada vez son más las personas, hombres y mujeres víctimas de los denominados 'influencers'

El ser humano es fácilmente influenciable. Los que ya peinamos canas, hemos sido educados en la creencia de que una persona respetable, un modelo a seguir, un líder de opinión, por llamarle de alguna manera, debería ser una persona sensata y brillante que se admiraba por su forma equilibrada de hablar y opinar, por su moderación en la forma de expresar sus sentimientos, por sus respetuosos modales. Nada que ver con los parámetros actuales. Cada vez les resulta más fácil a los manipuladores derivar gustos y conductas de acuerdo con determinados intereses. Se está construyendo un mundo de niños grandes y de viejos ridículos que no parecen haber pasado de la pubertad. La censura más cruel es aquella que se practica de forma encubierta y la necedad más absoluta la de sentirse cómodo ante esas circunstancias.

Cada vez son más las personas, hombres y mujeres, que en esto sí que hay igualdad, víctimas de los denominados influencers, que no suelen ser en demasiadas ocasiones un dechado de virtudes. Personajes del mundo del espectáculo, mientras más grotescos mejor, y personajillos varios cuyo mérito no es otro que haber adquirido la condición de famosos sin que nadie sepa el motivo y en muchos casos mejor no saberlo. La dignidad personal, la ética, la honradez y tantas otras de las antaño denominadas virtudes, no se tiene claro si realmente lo siguen siendo o suponen una rémora capaz de causar la infelicidad de los que decidan tirar por ese camino. No es que hoy me haya levantado depresivo, a pesar de los nublados y los altos índices de humedad y contaminación ambiental, es que el panorama no da para más.

Llegando el verano, los susodichos individuos encuentran su estación ideal, su medio natural. El entorno, la apatía, el ruido que no favorece mirar hacia adentro, la vulgaridad y el hedonismo ponen las cosas aún más fáciles para que se reafirme la estulticia y se mantenga la ignorancia. La programación televisiva logra lo que parecía imposible de conseguir: que la necedad alcance las cotas más altas de audiencia. De una televisión de dos canales hemos pasado a la de cientos de ellos, la mayoría absurdos e imposibles de conectar con cualquier persona que, como diría Poirot, mantenga un poco de actividad en sus células grises. El hombre como juguete de la existencia y sin posibilidad de referencia, lo que Kundera llamó la insoportable levedad del ser.

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