Adiarioa del coronavirus escuchamos tanto al presidente como a diversos miembros de su gobierno informarnos sobre el devenir de la crisis sanitaria y la multiplicidad de medidas (a veces contradictorias) con las que pretenden frenar el contagio. Si ya estos discursos resultan poco convincentes en cuanto al contenido de sus mensajes aún lo son menos en razón de la pobreza y artificiosidad del lenguaje con el que los transmiten. Podría decirse que dos son los términos estelares de este neolenguaje que la gente no ha tenido más remedio que aprender por mor de la epidemia: "confinamiento" y "desescalada". El primero se ha impuesto por razones obvias a "encierro", "reclusión" o "aislamiento", palabras más ásperas pero que reflejan a la perfección este largo estado de internamiento que estamos sufriendo y que nos equipara (al menos emocionalmente) a grandes confinados literarios como el Conde de Montecristo y Papillon. Desescalada, en cambio, era, hasta ahora, un término ajeno a nosotros ya que si bien convivíamos con naturalidad con la palabra "escalar" en sus diversas acepciones y en particular con la de "subir una pendiente con ayuda de pies y manos", para la acción contraria nos sentimos mucho más cómodos con "descenso", "bajada" o "reducción", aunque el gobierno parezca creer que "desescalada", además de tener más caché (por influencia del inglés "to scalate"), le da un aire más "científico" a ese caótico reglamento que nos permitirá recuperar la libertad . Sobre la base de estas dos palabras y unos cuantos términos técnicos manejados estratégicamente ("pico de la curva", curva en "U" o en "V", "inmunidad de rebaño", "distancia social"), los políticos articulan un discurso tan farragoso como falto de precisión, v.g.: "volver a la nueva normalidad" (¿acaso es posible volver a algo nuevo?). Con todo, es el lenguaje políticamente correcto y en especial el uso continuo de la duplicación como estrategia estelar del lenguaje inclusivo, lo más distintivo de estas comparecencias. Se desprecia el masculino genérico, aunque con él se renuncie a la economía lingüística y la concordancia gramatical. Así "ciudadanos y ciudadanas", "padres y madres", "trabajadores y trabajadoras", "todos y todas" chirrían al oído en medio de un discurso ya de por si plagado de circunloquios. Sin embargo, pasa desapercibido el hecho de que estos mismos políticos tan amantes de hacer "dobletes" que recalquen su apuesta por el feminismo, rehúyen de ellos como el vampiro de la cruz cuando la palabra tiene, por así decirlo, "mal rollo". Jamás habrán escuchado: "los muertos y las muertas", "los infectados y las infectadas", "los hospitalizados y las hospitalizadas" o "los corruptos y las corruptas". Al parecer en esto del lenguaje inclusivo también hay clases entre las palabras y las que señalan la cruda realidad… están proscritas.
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