Inadvertido entre el colosal fondo de pintura francesa del museo del Louvre, se encuentra el cuadro "Hamlet y Horacio en el cementerio", una obra, quizás menor, de Eugene Delacroix. El pintor romántico por excelencia de Francia, era muy aficionado a plasmar en sus lienzos escenas literarias y en especial de las obras de Shakespeare y en esta obra muestra la llegada de Hamlet y su amigo Horacio al cementerio del castillo de Kronborg después de su estancia en Inglaterra. Dos sepultureros cavan la fosa donde yacerá (el príncipe aún no lo sabe) su amada Ofelia. Al remover la tierra salen a la luz los huesos de Yorick el bufón de la corte con el que Hamlet solía jugar siendo un niño. Delacroix refleja justo el momento en que, desde dentro de la fosa, uno de los enterradores extiende hacia Hamlet el cráneo del bufón: "¡Ay, pobre Yorick! ¿Qué se hicieron de tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes que animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya de músculos no puedes reírte ni de tu propia deformidad". Este "dialogo" (y no el espurio "ser o no ser…") que mantiene el príncipe de Dinamarca con la calavera del contrahecho cómico que alegró su infancia y que tan melancólicamente dibujó Delacroix, debe ser sin duda la razón que impulsó a los políticos -primero de Basauri y después de Palma de Mallorca- a plantearse la necesidad de que sus sepultureros de plantilla dominen, además del castellano, el euskera en un caso y el catalán en otro. ¿Cómo podrían si no -en el supuesto de difuntos con la modalidad vernácula como lengua franca- llevarse a cabo los animados coloquios que, al modo de Shakespeare, se entablasen, lápidas mediante, entre enterradores, cadáveres y ocasionales visitantes? La obvia incapacidad del muerto para comunicarle al operario fúnebre sus preferencias lingüísticas requiere de este el conocimiento, al menos, de las dos lenguas cooficiales para poder interrelacionarse con certeza con toda clase de fiambres. El celo de las comunidades autónomas con lenguas regionales en acentuar sus diferencias respecto al resto, no podía dejar de lado un ámbito tan trascendente y fatal como el de la tanatología y a tal propósito de reflexionar sobre la muerte, el paso del tiempo y el misterio de ultratumba, quizá fuese ejercicio adecuado para los aspirantes a enterrador que con el fin de ilustrar con rigor a los fallecidos, aprendiesen -en catalán o euskera- un esclarecedor parlamento de Hamlet: "El gusano es el único emperador de la dieta. El rey gordo y el escuálido mendigo no son más que manjares distintos para una misma mesa. He aquí el fin de todo".

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