In memoriam

Alberto Pérez de Vargas

José Luis Ocaña, de lo mejor de una generación decisiva

Su voluntad de servicio a los demás y su disponibilidad para lo que hiciera falta le habrán proporcionado ya un sitial de lujo en el celeste translúcido de la Eternidad

En la fila de pie, de izquierda a derecha, Alberto Pérez de Vargas, José María Gutiérrez, Emilio Acevedo, José Luis Ocaña, Manolo Ledesma y Juan Guerrero. Sentados -izq. a dcha.- Quique Muñoz y Bernardo Pérez.

En la fila de pie, de izquierda a derecha, Alberto Pérez de Vargas, José María Gutiérrez, Emilio Acevedo, José Luis Ocaña, Manolo Ledesma y Juan Guerrero. Sentados -izq. a dcha.- Quique Muñoz y Bernardo Pérez.

La muerte de José Luis Ocaña te golpea fuerte. Como la de alguien cercano por parentesco, amistad o proximidad. Porque se trata de un personaje sustancialmente unido a ese sentimiento de pertenencia que tenemos los algecireños, hipercríticos de todo lo nuestro, pero profundamente arraigados a estos cielos y a estos paisajes donde nacimos o crecimos, en donde nos hicimos y de los que formamos parte inseparable.

Pepe Luis nació en La Perseverancia hace unas cuantas décadas. En una de esas viviendas empotradas entre sus muros, que daban la espalda al ruedo y la cara al entorno mágico del Instituto y de la Casa de los Valdés, donde llevaban la piel de los toros para curtirlas. Me imagino que para nuestro querido Pepe Luis, el rumor de los tendidos en los días de fiesta sería como para mí el ruido de la Plaza Baja en los días de mercado. Hasta ese punto era de Algeciras. De niño jugaba en las faldas de la histórica plaza de toros y viviría como nadie, en primer plano, las tardes de triunfos. La Feria en el Calvario, el campo de fútbol del Algeciras y los futbolines de Peña adonde estuvo Villa Latas, le cogían a mano. El Casino Cinema se levantaba majestuoso en ese espacio y en su cara norte unos bancos de piedra dejaban espacio para un futbito improvisado.

A Pepe Luis y a mí, y a Quique Muñoz, y a Pepe Domínguez, el letrado, se nos murió hace poco Manolo Ledesma, el calvo, y nos dejó mucho más solos. Manolo era algo así como un complemento del nexo intenso que nos unía; tan fuerte y funcional que se nos antojaba eterno. Se nos ha ido mucha gente, es el devengo que pagamos por vivir más, por sobrevivirles, por quedarnos cuando se nos va esa gente tan nuestra. Y ahora él, y ya pronto nosotros. A su compañera de todas las horas, a Pepi, y a sus hijos, que tendrán a Pepe Luis, como nosotros, albergado en sus corazones, quisiera hacerles llegar el aliento compartido por tantos y tantos algecireños que sentimos la pérdida como la sienten ellos, como si nos hubieran arrancado una mijita del aire que se nos queda cuando respiramos.

Pronto se cumplirán ocho años del fallecimiento de Andrés Hidalgo, fue el segundo día de agosto de 2013: el patriarca de esa gran familia de hosteleros que son los Hidalgo Escalona de El Frenazo en Los Barrios. Ese templo que emerge, como la montera del torero, en un palco de belleza, es un escenario permanente para el buen estar. Compartimos mesa y mantel muchas menos veces de las que todos hubiéramos querido, en ese lugar de tronío que debiera estar anunciado en cuanto se entra en la comarca.

Pepe Luis era uno de esos que los americanos cualifican con el “self-made men”; “un parto bien aprovechao”, diría Juan Luis –el divino calvo de Facinas−; un “bizcochón”, en fin. Desde su destino en los juzgados como funcionario judicial, ayudaba a la gente y agilizaba el trabajo de jueces y abogados. Le vino el gran reconocimiento con la concesión a su jubilación de la Medalla de Plata del Mérito a la Justicia, de la Orden de San Raimundo de Peñafort.

No ha mucho, en 2019, en vísperas de la última feria que hemos vivido, el Ayuntamiento reconoció la fiabilidad algecireña de Pepe Luis con el Especial de Pura Cepa, medio siglo después de su pertenencia activa a Los Palmeros, una caseta unida a la eclosión de iniciativas de los últimos años sesenta, que transformaron la feria acercándola más al pueblo llano. La Semana Santa, junto al Medinaceli, y la Navidad estando en los encuentros históricos de la Peña Miguelín. Su familia, los Ocaña, está llena de gente de bien. Su voluntad de servicio a los demás y su disponibilidad para lo que hiciera falta, le habrán proporcionado ya un sitial de lujo en el celeste translúcido de la Eternidad.

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