Palabra en el tiempo

Alejandro V. Garcia

La huerta atómica

Amediados de los setenta tuve el privilegio de asistir al estreno en Granada de La huerta atómica, y aunque el tiempo ha borrado numerosas imágenes ha respetado algunos hebras melódicas, las explosiones fingidas en el escenario, el denso humo que buscaba inútilmente la ayuda de los extractores para escapar de la sala y que ascendía hacia las localidades superiores multiplicando la sensación de ahogo y rabia que transmitían las letras de unas canciones que, leídas tanto tiempo después, lejos de la crispación de la guerra fría, aún guardan la razón del miedo nuclear. “Sol frío de primavera plomiza / en los troncos de los árboles. / El verde está tomando su color. / Las vallas de las porqueras se tintan negras de moho. / Abiertamente preso por la reja de mi ventana /que se desdobla en magia de bombilla de 50 vatios. / Banderas al viento, / Engañados pájaros bobos”.

Aquel día, sobre el escenario del Teatro Isabel La Católica, un joven Miguel Ríos trataba de imponer el mensaje desolador de los versos sobre la pirotecnia y la falsa niebla que envolvía el interior del teatro. En 1983, en la gira El rock de una noche de verano, reencontré en el estadio de Los Cármenes a Miguel entonando entre el fervor de la multitud el tema Anti nuclear.

El sábado pasado, en el concierto inaugural de la que será su última gira por España y América, ante cerca de 11.000 personas concentradas en el espacio natural de la Sierra de Gredos, Miguel volvió a interpretar Anti nuclear y luego gritó, con el desdén con que se gritaba en los viejos tiempos, “No a Garoña”.

Supongo que cualquiera de los muchos pro nucleares que han salido del armario en los últimos tiempos, armados con sus invencibles razones de orden económico, pensarán despectivamente que el eslogan anti nuclear contra Garoña es producto menos de la convicción que de cierta afectación izquierdista del rockero granadino. Yo creo, al contrario, que es producto de una envidiable coherencia en el tiempo, de un pensamiento renovado con nuevos argumentos día a día. No se trata de defender las equívocas maniobras del Gobierno respecto a la central nuclear de Garoña, sino de repetir la certeza íntima, más allá de la pose ideológica, de la reticencia ante los peligros que encierra, como encerraba en 1976, la energía nuclear.

Es posible que con las cifras en la mano la nuclear sea la energía más barata y recomendable y que las energías limpias no sean tan impolutas, pero las razones medioambientales siguen siendo irreprochables. Y mientras nadie aborde abierta y sinceramente, sin números equívocos, el debate sobre qué hacer con los residuos la huerta atómica tendrá sentido.

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