La masculinidad en su dimensión viril está en peligro. Un estudio de la Fundación Fad revela que el 41% de los jóvenes españoles no se identifica con eso que desde pequeño hemos aprendido, unas veces consciente y otras inconscientemente: que ser fuerte, racional, ocultar la aflicción y follar más y mejor es ser un hombre.

Me sirve este estudio para echar mano de la memoria y teletransportarme 15 años atrás, cuando en el alboroto hormonal adolescente el objetivo vital de la chavalería era conseguir lo que en nuestra tierra llamamos perder el boquerón. De Despeñaperros para arriba: besar a una mujer por primera vez. Recuerdo cómo mi corazón se aceleraba cuando en los recreos del colegio acudíamos la clase en tropa al escondite donde el amigo estaba intimando con una chica. No era la de mi corazón, confesaré, una palpitación de emoción o de vicio primate, sino de terror.

La simple idea de besar a una mujer era para mí como estar en una habitación con Regan MacNeil cuando le daba la travesura. Esto, unido a que de adolescente era así como difícil de ver, me colocaba como colista en la competición de pérdida de boquerón. Esto, y así me lo hacía saber mi grupo, ya sea con cierto desprecio o compasión, me mostraba menos hombre. Esto, en la endogamia implícita que en todo grupo de chavales de 14 años se promueve cuando uno no hace lo que el resto, me hacía sentir incompleto.

En aquel entonces creía saberlo: ser un hombre era ligar con chicas, dominar la situación, estar musculado, dar poca importancia a lo sentimental y mucha a lo sexual, ser, hasta cierto punto, un tanto capullo. Es curioso cómo nuestra generación, la primera que ha contado con más libertades y con mayor ampliación de miras, no ha sido capaz de desheredar del todo el rol tradicionalmente atribuido a la masculinidad.

Quince años después de aquello, me pregunto: ¿Qué es ser un hombre? El hombre es una ficción. El hombre es Brad Pitt en El club de la lucha, Tom Hardy en The Warrior, Daniel Craig en James Bond o Harrison Ford en Star Wars. El hombre es un ideal, una pantomima, un engolamiento. La lágrima es viril cuando es exigua. La copiosidad genera inquina y rechazo. El hombre de a pie aspira a ser el hombre que Hollywood le obliga a ser. El hombre es un postizo inexorable, un fingidor empedernido. El hombre es un valiente coaccionado, un prisionero de ley marcial. El hombre es todo pragmatismo, superficialidad, liviandad, funcionalidad. El hombre… No sé ni sabré jamás lo que significa ser hombre. No me busquen en ninguno de ellos. Yo, como Umbral, también soy un farsante.

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