Aveces ocurre que zapeando entre los canales de televisión, uno se encuentra alguna película que ya visto muchas veces, de la que conoce el argumento, el desenlace y hasta se sabe de memoria parte de sus diálogos y, sin embargo, en vez de cambiar de canal en busca de algo más novedoso, nos dejamos llevar por la narración para volvernos a deleitar con sus archiconocidos fotogramas. Generalmente las películas con la que ocurre esto suelen ser obras maestras: "El Padrino", "Con faldas y a lo loco", "Con la muerte en los talones" (y la mayoría de las de Hitchcock), "Los vikingos" (la de Kirk Douglas) o "Cadena perpetua". Hace poco me volvió a pasar con "El hombre tranquilo" el maravilloso homenaje que John Ford rinde a Irlanda, la tierra de sus padres, de la mano de John Wayne y Maureen O´Hara. La "enganché" en la escena en que Wayne ha obtenido por fin permiso para cortejar a O´Hara acompañados, naturalmente. por el casamentero oficial de Innisfree (el entrañable Barry Fitzgerald). La pareja consigue darle esquinazo y tras atravesar prados y riachuelos se refugian en un viejo cementerio donde una inesperada tormenta asusta a la chica. Él la cubre con su chaqueta y empapados por la lluvia y con la capilla en ruinas de fondo, la besa por primera vez, consiguiendo así su gruñón director filmar una de las secuencias románticas más icónicas de la historia del cine. "El hombre tranquilo" es, en cierta forma, un cuento de hadas un retorno a la Arcadia perdida donde en comunión con la naturaleza reinan la felicidad, la sencillez y la paz… después de una ¡homérica pelea! La película cuenta con muchos momentos mágicos como aquel en que la mano de un recién llegado Wayne le ofrece a Maureen O´Hara el agua bendita de la pila de la iglesia para que se santigüe, un gesto que simboliza la honestidad de sus sentimientos hacia ella o en una tierra de constantes enfrentamientos religiosos, los vítores al párroco protestante de los habitantes ¡católicos! del pueblo para que su obispo no le releve del cargo. "El hombre tranquilo" es la historia de amor hacia un país contada a través de la historia de amor entre dos personas. Lo curioso de esta maravillosa película capaz de dejar una huella indeleble en los espectadores, es que no podría rodarse en los tiempos actuales. La sociedad ha cambiado y escenas como la de Wayne agarrando del pelo a su esposa y llevando a rastras hasta el hogar del que pensaba escapar o la de la parroquiana que, como todo el pueblo, les seguía para ver el desenlace de la "disputa conyugal" le dice a Wayne: "Señor, señor espere. Tenga, aquí tiene una buena vara para pegarle a su encantadora señora", hoy serían inconcebibles. Las estrecheces mentales, los activismos morales y la movilización política de la cultura impedirían que las nuevas generaciones gozaran con esta extraordinaria exaltación del amor, la amistad de la vida. Para rematar la incorrección política animo al espectador a fijarse en que no hay nadie como The Duke para encender un cigarrillo.

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