El hombre De la Rosa

Julio Manuel De la Rosa era un conversador extraordinario que incluso tenía una voz radiofónica

Hace tiempo, en la comida de un acto literario -en los años de las vacas gordas, se entiende, cuando había presupuesto para hacerlos-, tuve la suerte de coincidir con el escritor sevillano Julio Manuel de la Rosa. Y encima nos tocó un rincón tranquilo de la mesa, sin luminarias, sin vedettes. Qué tipo era De la Rosa. Enorme, cortés, inteligentísimo, cauto, pausado. Y buena persona, mucho. Eso saltaba a la vista a los dos minutos de hablar con él. Bueno, en su caso, más que hablar, uno sólo podía escuchar. Porque De la Rosa era un conversador extraordinario que incluso tenía una voz radiofónica, como salida de un salmo penitencial. Ya no sé de lo que habló, pero recuerdo que salió a relucir el boxeo -cómo no-, ya que le comenté que me gustaban mucho sus crónicas de Diario 16, y creo que hasta salió a relucir el nombre de Luis Folledo, un boxeador de los años 50. Y luego habló de Ignacio Aldecoa, al que también le gustaba mucho el boxeo, y De la Rosa reinterpretó la imitación de la voz aflautada de Franco que Aldecoa había hecho una noche de farra en Madrid. Yo estaba oyendo a Ignacio Aldecoa transfigurado en Franco -y los dos resucitados a su vez en la voz de De la Rosa- y sólo íbamos por las aceitunas.

Debería haber tenido una libreta y apuntarlo todo. Recuerdo que también salió el nombre siniestro de Manuel Díaz Criado, y entonces De la Rosa me contó todo lo que sabía -que era muchísimo- de este personaje, mano derecha de Queipo de Llano, que se ganó con todos los honores una página destacada en la historia universal de la infamia. Pero lo que me llamó la atención fue que en la voz de De la Rosa no había ni un atisbo de rencor, y eso que su padre fue represaliado y él fue un niño en los años terribles de la Guerra Civil y la posguerra, los años de las cartillas de racionamiento y el miedo y los piojos.

El otro día, cuando me enteré de la muerte de Julio Manuel de la Rosa, recordé un hecho que había leído en una biografía de Saul Bellow, quien solía ir a comprar al mismo colmado de Chicago porque le gustaba charlar con la dueña. "Odio que se vaya de la tienda", decía la señora del colmado acerca de Bellow, "porque este hombre hace que la vida parezca mucho mejor de lo que realmente es". Quiten a Bellow y pongan a Julio Manuel de la Rosa, pero la frase, por favor, déjenla igual: este hombre hacía que la vida pareciera mucho mejor de lo que es.

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