Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Los hijos del chófer

Un librero es un consejero de viajes por el tiempo y el espacio, un proponente de ilusiones. Como uno es lento leyendo, me agencié en la librería varios libros para el verano. Uno de ellos es El hijo del chófer, de Jordi Amat, un torrente de información sobre el catalanismo que se gesta durante la tardía Dictadura, cuando la industria catalana era aún la hoy extinta manufactura textil. El chófer, Josep Quintá, lo era el de Josep Pla, egregio escritor en su idioma vernáculo y en el otro -también vernáculo-, que es el castellano. Con "el hijo" se refiere a Alfons Quintá, que fue delegado de El País en Cataluña, juez y todo, y marino mercante; articulista y no pocas cosas más. Según el acerado perfil que Amat dibuja de él en una trepidante sucesión de sucesos, componendas, chantajes y proyectos nacionales, el hijo del chófer era una persona ladina, acomplejada, abandonada por su padre, capaz de chantajear al propio Pla (no hay compasión en el escritor).

Eran tiempos en los que el aparato franquista connivía y convivía con el empresariado catalán, incluidos los muñidores de un proyecto político, pero sobre todo empresarial, en una industria pañera que hoy ya no existe. Urdido entre intelectuales, editores, artistas y -como catalizador indudable- Jordi Pujol. Cataluña ha dado buena parte de la mejor España en cabezas y empresarios. Según se lee ahí, el Estado franquista, en vías de franco desarrollo, hacía la vista gorda con la evasión fiscal y la exportación subsidiada de productos caducos catalanes, en un do ut des no escrito y absolutamente necesario para la expansión económica del país. De todo el país. El proyecto de banca catalana nacional -pujolista en esencia-- fue dinamitado por el Gobierno de Felipe González, como el de la banca vasca lo fue por Aznar. A cambio de unas concesiones industriales y sobre todo parlamentarias que han hecho de este país el poliedro de desafectos ricos, capitalidad, y regiones silentes.

Para constituir un país moderno y medrar -derecho natural de las personas y sus territorios- se requieren personas valiosas y empresarios. Chóferes de Josep Pla, economistas certeros del Plan de Estabilización del Régimen, con líderes como Juan Sardá -lean el libro-, y tecnócratas del Opus Dei. Con el tiempo, los catalanistas valiosos de antaño -cuyo residuo es Junts- han derivado en personajes como Rufián y Puigdemont: banderismo. Por cierto, dadas las circunstancias, de momento gana Sánchez. Estratega donde los haya. ¿Para bien o para mal? Veremos.

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