El Colegio de Europa es uno de los centros educativos más prestigiosos del continente. Fundado por Salvador de Madariaga y situado en la hermosa ciudad belga de Brujas, recibe cada año a un reducido número de estudiantes de cada país europeo, licenciados en Economía, Derecho o Ciencias Políticas, que luchan juntos por conseguir los másteres de estudios europeos. Allí se forman los futuros líderes de la Unión, a la que luego contribuirán, desde el funcionariado, la gestión industrial, la banca o el comercio. Cada una de las promociones, honra el nombre de un destacado defensor de la Europa unida. Este año, han elegido el de un español que además fue alumno y profesor, en esas mismas aulas. Se trata de Manuel Marín y han acertado de pleno.

Desgraciadamente fallecido, en diciembre del pasado año, Manuel Marín, manchego como Don Quijote, profesó un amor sin medida a su Dulcinea, Europa. Buen conocedor de los mecanismos por los que se rigen las relaciones entre los estados de la Unión, fue una figura clave para la integración de España, desde su cargo de secretario de estado para las relaciones con las Comunidades Europeas, en el gobierno de Felipe González. Firmado el tratado de adhesión de España, Marín, se convirtió en miembro de la Comisión Europea, siendo vicepresidente de la misma durante diversos periodos. En esa etapa, ocupó varias carteras y en 1999, fue presidente en funciones, desde la renuncia de Santer, hasta la llegada de Romano Prodi. Se le considera, el padre del Programa Erasmus, (European Region Action Scheme for the Mobility of University Students), modelo de integración europea. Nueve millones de universitarios, han cursado estudios en otro país de la Unión en los últimos 30 años. Para ello, tuvo que superar la agresiva oposición de los ministros de Educación, por la protección de sus competencias provincianas y luego de los de Hacienda, por su tradicional racanería. Marín demostró que con poco dinero se puede hacer mucho. De vuelta a España, fue elegido diputado y nombrado presidente del Congreso. Ejerció su cargo con seriedad, equidad y buscando siempre el libre debate de ideas, protegiéndolo del extremismo y la vulgaridad. Fue uno de los mejores, si no el mejor, Presidente del Congreso, desde la transición. En este tiempo, en que los vientos huracanados del populismo azotan la Unión Europea, echaremos de menos la serena hidalguía de Manuel Marín.

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