Que grite la flor

¿Curamos para ver cómo el mundo se desangra en sus conflictos? ¿Curamos para seguir matando o muriendo?

¿ TE han llamado ya? ¿Cuál te han puesto? ¿Cuándo te ponen la segunda? Son las tres preguntas clave de cualquier conversación en los últimos días. La esperanza llega a nuestras vidas en forma de pequeños tarritos de cristal y una llamada al móvil. Hace apenas un año, allá por junio de 2020, pensar en recibir una vacuna contra el coronavirus era prácticamente ciencia ficción. Nunca con anterioridad, la ciudadanía fue tan docta en los efectos secundarios, nombres, propiedades o plazos del remedio para un mal que llegó con la firme intención de cambiar nuestras vidas para siempre y que se ha llevado la de millones de personas en el mundo. Vivimos en un clima de esperanza relativa, en la que cada cual escribe a su manera esta nueva página de la historia de la pandemia. Desde los más respetuosos que siguen las indicaciones, pasando por los insolidarios que -como ya están vacunados- no usan la mascarilla, aún a pesar de que puedan contagiar a un tercero o los imprudentes que, aún sin vacunar, se desmelenan en cualquier fuente de rotonda a grito pelado y sin protección, porque ganó su equipo favorito. Una vez más, son otros rostros anónimos -ahora de otro gremio- quienes se han puesto manos a la obra para conseguir el milagro de la vacuna y que, además, funcione: los investigadores. Para que digan que la ciencia y la fe son incompatibles. Pero, esos otros héroes, que a punto están de dejar en las listas del paro a muchos sanitarios, tampoco son valorados en los términos justos. Han conseguido en tiempo récord hallar un modo de frenar esta locura de origen aún confuso. Puede que todos llevemos pronto anticuerpos en el cuerpo, que investigó alguien de cuyo nombre la historia no querrá acordarse. Mientras tanto, países vacunados casi en su totalidad, como Israel, no pierden tiempo en enzarzarse con sus vecinos de Palestina, en esa eterna guerra que presencio desde que nací y no fue ayer (me vacunan esta semana, calculen). En el nuestro, la batalla se libra en la patata caliente del independentismo, mientras Ceuta y Melilla aún miran con preocupación hacia la valla… A veces, me pregunto si alguien colocó mal los altavoces en nuestra sociedad o si es que la esperanza en el rumbo del ser humano sólo puede ser relativa. Queda en el aire ese fino hilo, esa oportunidad de tomar nota de los errores que se aleja y deja el regusto triste del "no aprendemos nada". ¿Curamos para seguir matando o muriendo? ¿Curamos para ver cómo el mundo se desangra en sus conflictos? ¿Curamos para seguir dándonos de bruces contra el eterno muro del olvido? Uno de mis poetas flamencos favoritos, Manuel Molina (Lole y Manuel) decía en una de sus bulerías este verso: "Que grite la flor y que se calle el cardo". Nada que añadir.

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