Puede que usted haya leído en este recuadro de una u otra forma la siguiente reflexión, algo microeconómica: en un buen número de personas, la pasión por lo gratuito raya lo patológico, e incluso denota mala educación, y no hablo de saber descuartizar a una acedía con una pala de pescado y ni siquiera de buenas maneras, sino de esa educación que combina el respeto a los demás con la contención del egoísmo y los instintos propios. Pongamos un ejemplo del abuso de lo gratuito: las ciudades con mayor número de papeleras urbanas por cabeza son las que más cochinos tienen empadronados y más basura ostentan en las aceras (colillas y chicles hechos indelebles manchas negras, a la cabeza). Ésta es una hipótesis personal cuya contrastación sólo requiere tener ojos. Es gratis ensuciar, pues ensuciemos: es el tipo de razonamiento del ciudadano infantiloide que cree que si su barrio está sucio es por negligencia del ayuntamiento. Como si las empresas de limpieza públicas o privadas fueran gratis. Hace años que no visito Londres, pero cuando la he visitado me dejaba frustrado de envidia que no hubiera papeleras pero las calles estuvieran limpias: lo que no se tira en casa no se tira en la calle. Qué decir del truño y de los posos de orín recurrentes de las mascotas de nuestros amores... lejos de nuestras casapuertas, claro. Una vez asistí a un moñeo dialéctico en una feria de la chacina serrana, dos señoras se enzarzaron por un plato de medallones grasientos de morcilla en plato de plástico: era gratis.

También quizá usted esté leyendo esto gratuitamente, y bien puede que usted esté de acuerdo en que sin prensa que tenga una estructura de ingresos donde pese bastante la suscripción al diario en papel o en baratísima edición digital, la libertad de prensa -libre completamente no es nadie, no nos pongamos farisaicos- se va a donde dijimos, y con ella la libertad sin más. Una suscripción digital cuesta un precio ridículo. Yo, y permitan la personalización, me pago este diario, que llega cada día a mi buzón, más otro más y dos revistas. Me cuesta más al mes que todo esto el gimnasio al que no voy, y no digamos que los 200 canales que no veo y la adicción al móvil de toda mi unidad familiar: nada que ver. Es civilizado, y hasta comprometido socialmente, plantearse el pago por la información, más allá del gazpacho de las redes sociales y de los fakes, que son más de la mitad de lo que rula como "información". Tanto o más que no tirar la colilla al suelo, la toallita al váter o la mascarilla al parterre.

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