Desde mediados del siglo XVII y sobre todo en el XVIII, se extendió entre la aristocracia británica la idea de que, al menos una vez en la vida, los jóvenes de la nobleza debían realizar, acompañados por un preceptor, un gran viaje que los acercara a la cultura clásica europea. Al periplo que podía durar hasta dos o tres años (no existían ferrocarriles, la red de caminos era precaria y ni siquiera se contemplaba el concepto de transporte público de viajeros) se le denominaba "Grand Tour" y, por tanto, "tourists" eran los que realizaban el "iniciático" viaje.

El itinerario más común incluía Paris, el norte de Italia, Florencia, Roma, Nápoles, Suiza y Alemania y su propósito consistía en que, dirigidos por su tutor, los jóvenes aprendieran las costumbres de otros lugares, admirasen sus logros artísticos y adquiriesen la experiencia necesaria para afrontar con éxito su futura vida de personajes influyentes en la sociedad británica.

Muchos de ellos escribieron cuadernos de viajes relatando sus impresiones, unos textos que además de inspirar y ayudar a futuros viajeros contribuirían al auge de la literatura de viajes. Visto en perspectiva, los viajeros del Grand Tour fueron los precursores del turismo ya que con el desarrollo del ferrocarril la costumbre de viajar por placer por Europa se va extendiendo y popularizando al punto de que de la mano del reverendo Thomas Cook nacerían las agencias de viajes y de la del cuáquero George Bradshaw una ingeniosa asociación entre los folletos turísticos y los horarios de trenes: las guías "Bradshaw" (recientemente popularizadas por el pintoresco político británico Michael Portillo en su serie de "Grandes viajes en tren").

Sin embargo, como tantas otras cosas, el turismo acabó muriendo de éxito ya que su masificación ha desembocado en la degeneración de aquellos destinos que siendo en un tiempo paradisiacos ahora se han convertido en vulgares por mor de las aglomeraciones.

El romanticismo y la aventura que eran consustanciales a aquellos jóvenes que descubrían con asombro la belleza artística de Europa (recuérdese que Stendhal dio su nombre a un síndrome psicosomático al sufrir un vahído acompañado de temblores y palpitaciones abrumado por la hermosura de Florencia) han derivado hoy en tumultos y hacinamiento para buscar un selfie ante cualquier objeto que señale el guía de turno, por ejemplo, el "Manneken pis". Hoy son otros los muchachos que viajan en grupo a ciudades europeas no tanto para descubrir el espíritu de sus tesoros artísticos como para hacer el ganso (licores espirituosos mediante) en las despedidas de solteros.

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